Reflexiones de cuarentena: Madero su ingenuidad y su encrucijada

Seguimos en este aislamiento necesario para preservar la salud. Los números, saldos y atención hospitalaria siguen incrementándose. El mundo está en un

 proceso de transformación derivado de una pandemia que nos ha obligado a encontrar otras formas de interrelación social. Por lo pronto seguimos en casa cumpliendo las recomendaciones.
Según Ferdinand Lassalle, el Estado implica una conjunción de factores reales de poder que, a través de un pacto social o constitución, determinan la forma en que habrán de entrelazarse e interrelacionarse. Así el poder —instrumento coercitivo del Estado— es esa fuerza que sirve para lograr este fin y que es ejercido legal y legítimamente por el gobierno, con la única finalidad de mantener la cohesión del pacto social y, a través de ello, encaminar a la mayoría de la población en la ruta del bienestar.
Como fuente de energía, el poder atrae a los intereses tanto a su origen como a quien lo detenta y lo ejerce. En esa lógica, no es difícil ver que, en todas las naciones, los primeros puestos en las instituciones gubernamentales estén conformados por personas que los representan directa o indirectamente. Sin embargo, es tarea de quien detenta la jefatura del gobierno y del Estado, saber equilibrar esta situación y dirigir los esfuerzos gubernamentales para que las fuerzas se sumen en beneficio de la generalidad.
Nuevamente la historia nos ha dicho que quienes no comprenden esta función, están condenados al fracaso en sus intentos de transformación, independientemente de lo justo o nobles que sean sus intenciones o pretensiones.
Francisco I. Madero, el mártir de la democracia mexicana, es un claro ejemplo de esta circunstancia. Su movimiento implicó apoyos cuyos intereses no necesariamente estaban en la noble labor de democratizar a México. Al momento de ascender al poder, tuvo que incorporar en su gabinete a personas que no compartían la nobleza de sus intenciones, pero a base de intrigas cortesanas y estratagemas, supieron hacerse del oído y confianza del joven Presidente. Esos mismos fueron los que fraguaron el golpe de estado que no sólo lo destituyó de la presidencia, sino que —además— le quitó la vida junto con el vicepresidente Pino Suárez. Su gran falta fue no haber escuchado a las voces adecuadas y haber prestado oído a los conspiradores y traidores.
Esta lección histórica ha estado presente en la vida del México postrevolucionario, lo que ha provocado visos de acciones de desconfianza tales que han implicado tanto la desatención a los aspectos técnicos como a la falta de contundencia en las acciones gubernamentales, sobre todo en los momentos de emergencia. La duda, la sospecha y el temor, aderezados con la ignorancia pueden ser tan funestos como la ingenuidad y la indolencia. Es indispensable comprender los retos que se presentan, escuchar a todas las voces que, con datos veraces, científicos y no dichos ideologizados, nos briden un panorama real, para después, en reflexión privada, tomar las decisiones más adecuadas —que no ideologizadas— para el bienestar de la nación.
@AndresAguileraM