El ser humano es considerado como un ente social y racional; con capacidad de discernimiento y determinación, cuyo actuar debe estar basado en valores socialmente aceptados y que tienen como fin la búsqueda del bien individual y colectivo.
Quienes apoyan estas líneas de pensamiento afirman que es perfectible pues “tiende al bien”. Sin embargo, su interactuar social —desde sus orígenes hasta la actualidad— siempre se ha caracterizado por la confrontación, el imperio de la irracionalidad y la barbarie. Baste observar la historia de la humanidad que está conformada por el cúmulo de hechos violentos que sirven como punto de referencia para el recuento de las grandes transformaciones sociales que enmarcan su evolución.
Desde sus orígenes, la violencia formó parte de las primeras formas de interacción de las comunidades humanas. La familia, como primera organización social, determinó su unidad más por necesidad de protección que por vínculos afectivos. Así se gestaron las primeras comunidades: los primeros seres humanos se unieron por dos motivos principales: para abatir el miedo tanto a su entorno como a sus semejantes y para poder someter a quienes no formaran parte de su propia comunidad. Posteriormente, con la suma de familias y comunidades, tras guerras y conquistas, se gestaron las sociedades modernas. Somos, al fin y al cabo, producto de la evolución violenta de la humanidad.
No es hasta después de la Segunda Guerra Mundial que se generó un movimiento mundial por la re-dignificación del ser humano. Cobran relevancia sus derechos intrínsecos, lo que implica una redefinición filosófica, sociológica, psicológica, política y hasta jurídica de la persona. Se acepta como verdad dogmática la tendencia natural hacia la perfección y —simplificando— a la bondad.
Pese a ello, la violencia —que por antonomasia es lo más imperfecto e irracional del ser humano— sigue formando parte de la dinámica de las sociedades y las naciones; un sin fin de conductas recurrentes que implican agresiones físicas, verbales y psicológicas, lo ponen de manifiesto.
La violencia que las personas ejercen hacia otras no sólo va en aumento, sino también en brutalidad. En México, según datos oficiales, podemos observar que se comenten un promedio de 100 homicidios y 10 feminicidios al día, lo que demuestra que la consideración a la dignidad del ser humano va en deterioro.
Por todo ello, considero más que indispensable que se implante una política pública tendiente a aminorar el tema de la violencia, que no sólo la sancione, sino que, además, también la prevenga de forma efectiva y, la única manera es un proceso —ciertamente lento, pero necesario— de concientización y profundización de valores y civismo, es decir: educando a la población y formando personas.
Es momento en que la educación sirva como instrumento estatal para fomentar la convivencia armónica de la sociedad y no sólo como mecanismo de adoctrinamiento o capacitación para el trabajo. Es, en conclusión, asumir la responsabilidad de la formación integral de las personas, para evitar que la sinrazón y la barbarie nos regrese a lo más primitivo de nuestro origen social.
@AndresAguileraM