El 2020, año que terminó, será recordado —por muchos— como un momento fatídico en sus vidas. Muchas familias hemos vivido momentos sumamente críticos a causa de un enemigo microscópico que ha transformado radicalmente nuestras vidas.
Ya sea por la pérdida de familiares queridos o por las consecuencias económicas y sociales que ha traído consigo, la pandemia por SARS-COV-2, COVID-19, ha sido uno de los peores desastres que ha padecido la humanidad.
Cierto, el medio ambiente agradeció que la dinámica social se detuviera; muchos animales dejaron de ser perseguidos y asesinados por deporte; las grandes reservas medioambientales sintieron un respiro enorme al detenerse su depredación. Mientras tanto, las calles se silenciaron durante semanas y el aislamiento social creció, al tiempo que los hogares se volvían prisiones de mujeres y niños que quedaban a merced de golpeadores, perpetradores y violentos cohabitantes. La soledad se acrecentaba junto con la ansiedad, la desesperación, la depresión y el suicidio.
La delincuencia siguió obteniendo ganancias ilícitas, en tanto que cientos familias, que vivían dentro de la legalidad, perdían empleos e ingresos ante un encierro obligado y prescrito más por la autoridad de la conciencia social que por la convicción de protección que, tardíamente, mostraron los gobiernos.
Durante siglos, la humanidad ha enfrentado —con cierto éxito— grandes amenazas, plagas y males que le han puesto en riesgo su propia existencia. Sin embargo, tras más de 300 mil años, es apenas ahora que podemos documentar, con mayor precisión y objetividad, una situación sanitaria de esta dimensión, tanto su origen, efectos como su posible solución que, por cierto, fue encontrada de forma por demás acelerada y eficiente, por los talentos del orbe.
Este año 2021 debe ser, verdaderamente, paradigmático en la vida de la humanidad. No solo por haber enfrentado y sorteado uno de los más grandes desastres mundiales, sino por la necesaria enseñanza que nos tiene que dejar, tanto en lo colectivo como en lo individual.
La humanidad es privilegiada en el planeta. Hemos aprendido, a lo largo de nuestra historia, que somos la única especie en cambiar y ajustar nuestro entorno, pues sólo el intelecto, imaginación, ingenio, emociones y pasiones nos diferencia de todos los demás. Eso nos brinda un gran poder que —como frase de tira cómica— nos genera una gran responsabilidad.
Lo principal —creo— es que debemos revalorarnos. Primero como especie, pues tenemos mucho por que estar aquí y que falta mucho por hacer para lograr una justicia integral y global. Como planeta, pues —para bien o para mal— es el único que tenemos y debemos aprender a que nuestro poder no someta a los demás, sino concientizarnos de la obligación que tenemos por generar los equilibrios necesarios para lograr la correcta armonía en nuestro entorno. Pero, sobre todo, aprender que somos un sistema sinérgico, que no puede existir sin que falte alguien.
¡Cuidémonos en este 2021 por nosotros y por los que vienen!
@AndresAguileraM