Juan Nepomuceno Almonte, hijo del “Siervo de la Nación” José María Morelos y Pavón, fue un militar y político
mexicano afín a los conservadores mexicanos. En su juventud, peleó al lado de su padre durante la gesta independentista. Poco antes de la aprehensión y fusilamiento de su padre, fue enviado a Nuevo Orleans donde fue educado bajo las reglas y estilo de vida estadounidense.
Miembro del partido conservador, su vida política estuvo enmarcada la carrera militar y diplomática. Fue pieza clave en coadyuvancia con Francia, durante la Guerra de Intervención. Formó parte de la comitiva que se encargó de apoyar el establecimiento de una “Regencia Imperial”, quienes, a la postre, formarían parte de la “Junta Superior de Gobierno”, que fue un grupo de integrantes del Partido Conservador que ofrecieron la corona del “Segundo Imperio Mexicano” a Maximiliano de Habsburgo. También formó parte de su guardia; nombrado Mariscal de la Corte y Caballero de la Orden del Águila Mexicana. Durante los momentos más álgidos de la Guerra de Intervención, es enviado junto con Carlota de Bélgica, para buscar el apoyo económico y militar de monarcas europeos. En su travesía falleció en París en 1867.
Almonte fue, sin lugar a duda, un entreguista consumado. Así como él, infinidad de mexicanos padecen de una idolatría exacerbada por los países extranjeros, por considerarlos superiores o por defenestrar la capacidad que tenemos para autoorganizarnos. Este fenómeno sociopolítico es algo que mi padre llamaba “Fenómeno Almonte”, en alusión al personaje histórico que refiere este escrito.
Esta semana iniciamos con la noticia de una iniciativa presentada ante la Cámara de Representantes de Estados Unidos, en la que proponen utilizar al Ejército Norteamericano en territorio nacional para combatir a los Cárteles de la Droga. Ambos políticos, miembros del Partido Republicano, consideran que los grupos delincuenciales son quienes invaden su territorio con sustancias que envenenan estadounidenses.
Al darse a conocer esta iniciativa, escuché varias voces que coincidieron con ella, al grado de coincidir con ella y hasta aplaudirla, lo que a mi parecer no sólo representa una cuestión absolutamente contrastante a mi ideal liberal, sino que lo considero como una incitación a la traición.
Cierto, nuestro país dista mucho de ser un paraíso pacificado y sin problemas de seguridad; sin embargo, hace poco más de dos siglos, decidimos construir una república independiente, tolerar o —incluso— aplaudir que se autorice la actuación de un ejército extranjero en nuestro territorio implica reconocer que no somos capaces de solucionar problemas internos, por lo que considero esta actitud, no sólo entreguista sino absolutamente antipatriótica.
Busquemos, sí, la colaboración internacional; pidamos apoyo para reforzar nuestras instituciones de seguridad, pero sigamos siendo los mexicanos quienes definamos nuestro destino y no abdiquemos en el amor por la libertad.
Andrés A. Aguilera Martínez
@AndresAguileraM