La lealtad de los leales

La semana pasada me permití compartirles algunas reflexiones con relación a los principios que, básicamente, son

aquellos fundamentos que caracterizan a una persona y definen su actuar. Por lo que hace al juego del poder, ciertamente, los principios afloran de forma considerable, definiendo, con mayor claridad, a quienes tienen como base la lealtad, el servilismo o la traición. Les comentaba que, desgraciadamente, los principios de los que afloran los valores y, consecuentemente, explican la conducta de quienes viven y rondan en los pasillos del poder. Expuse también mi visión con respecto a los serviles y traicioneros que, por estridentes y reprochables, parecieran una mayoría, en tanto quienes rigen su conducta por principios y valores éticamente valiosos, resultan ser una minoría o, tal vez, poco menos atendidos.

En este contexto resalta la lealtad, que por definición es “el sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien”. En esta lógica, la lealtad en política es, precisamente, mantenerse firme ante las ideas, ideales, visiones o líderes que, en una valoración subjetiva, se impone a cualquier tentación o ambición ajena a ello. La historia nos muestra, desgraciadamente, que también existe la lealtad al poder en sí mismo y, como tal, podría entenderse como ambición.

La lealtad es un principio sumamente valioso en la vida social en general y —considero— mucho más cuando se refiere al ámbito del poder. La lealtad como virtud, hace que el actuar sea recto, único y quizá hasta predecible lo que en el juego de estrategias y movimientos para acceder y conservar el poder se vuelve una situación de riesgo que permite a los ambiciosos prever movimientos para saciar sus deseos, lo que convierte a los leales en blancos fáciles de ataques constantes para alejarlos o hasta exiliarlos del ámbito de influencia ante el poderoso. 

Esta virtud, al ser valiosa, ante los ojos de un “Príncipe” (en alusión a la obra de Maquiavelo) justo, equilibrado y —quizá— idílico, es valorada profundamente y —en consecuencia— verdaderamente correspondida, lo que genera un círculo virtuoso en el que predomina la reciprocidad. Sin embargo, suele ser también una situación poco común. El poder, como droga alucinante que es, igualmente obnubila y llega a cegar, lo que provoca que esa lealtad, más que ser correspondida, es frecuentemente utilizada a conveniencia de los intereses egoístas y megalómanos de quién se encuentra embelesado con su propia imagen y legado.

En esos casos, la lealtad de los leales se convierte en un instrumento al servicio de intereses vanos y megalómanos, en tanto que este principio se llega a volcar en contra de quien lo lleva al extremo de anteponerlo a sí mismo. No es extraño que llegue a haber personas que se inmolen por proteger al líder o cumplir misiones suicidas por una “causa” que les han inducido como “justa”, “santa” o “profética”, cuando en realidad es sólo la manipulación en pro de la idea inducida que se actúa “por un bien superior”.

La historia nos demuestra que pocos han sido los líderes y “príncipes” que han tenido la estatura suficiente para que la lealtad se brinde y genere en correspondencia. Lejos de eso, la gran mayoría han caído en el embelesamiento del poder y la han utilizado como un instrumento de sumisión y control para preservarlo. La única manera de generar una relación virtuosa de lealtad en los ámbitos del poder son la objetividad y la ética, cualidades poco comunes que las hacen extraordinarias y dignas de admiración.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM