Regularmente, por estas fechas, suelo hacer algún tipo de comentario con respecto al estado que guarda el proyecto
de nación surgido a partir de la Revolución Mexicana; sin embargo, en esta ocasión, no lo haré porque —considero— el programa de la Revolución perdió su rumbo hace varios años y hoy, más que nunca, está en el basurero de la historia.
La Revolución Mexicana surgió como un estallamiento social derivado el cúmulo de injusticias sociales que arreciaron con la perversión del liberalismo y por los excesos de las clases poderosas que imperaron un sometimiento infrahumano en contra de las más desfavorecidas. Jornadas laborales extenuantes, acaparamiento de tierras a favor de unas cuantas familias y el reparto inequitativo de la riqueza, sumado a una falta de respeto a la dignidad humana, fueron el combustible que alimentó el estallamiento de la guerra intestina más cruenta de nuestra historia.
Conforme se consolidó el régimen revolucionario, los sectores que se vieron afectados con las políticas sociales implementadas por mandato constitucional, como lo fueron: el derecho a la educación pública, laica y gratuita; la regulación del derecho agrario, en el que se restringió el acceso a la producción agrícola sólo a través de las figuras de propiedad comunal y pequeña propiedad, para que los dividendos de la agricultura fueran repartidos entre las personas que vivían del campo; el derecho laboral, en el que se establecían jornadas limitadas por tiempo, la instauración de un salario mínimo, así como la restricción de derechos a la iglesia católica, generaron que se conformaran diversos grupos que pretendieron combatir al régimen y que, con el paso del tiempo y la falta de consolidación de la máxima de “Democracia y Justicia Social”, lograron una alternancia en el poder que sólo trajo consigo la perversión del sistema democrático y lo transformaron en una oligarquía frívola y ajena a la realidad social del país.
Los rencores se han agudizado junto con las brechas sociales y el descontento. La confrontación y la polarización prevalente en la sociedad hoy, más que nunca, se manifiesta con claridad, es patente y parecieran ser irreconciliables. Sin embargo, el sector más desfavorecido hoy se siente representado por el nuevo régimen, lo que —innegablemente— hace que la presión y la inconformidad crezca a los niveles que existían a principios del siglo XX y que generaron las condiciones para que se dé la lucha armada.
Hoy México se encuentra profundamente dividido y lastimado. Las diferencias entre la opulencia y la indigencia son abismales, aunado a que las condiciones mundiales generan una economía más voraz y menos humana, en donde el Estado ha abdicado en su vocación social y se vuelve extremadamente permisivo con los abusos generados en materia económica.
Nos encontramos en víspera de un proceso electoral sin precedentes en nuestra historia. Por primera vez, con absoluta claridad, se confrontarán dos visiones del país, una que añora las condiciones de privilegio del pasado, donde se impone la fuerza del mercado y de las ventajas sociales y otra que está deseosa de una reivindicación y hasta de revancha. Sin embargo, en ambas posturas, no se vislumbra un verdadero acuerdo de reconciliación y de buscar alternativas para generar mayor bienestar para todos los que formamos parte del Estado Mexicano.
Hoy, la democracia, se encuentra en riesgo de sufrir la imposición de visiones sectarias que descartan la integralidad que requiere una visión de Estado para un país con las diferencias y divisiones que existen en nuestro México.
Andrés A. Aguilera Martínez
@AndresAguileraM