En una de las tragedias más recientes de la vida política del país, observamos como la intención de un joven gobernador
de contender por la Presidencia de la República, se vio truncada por un suceso previsible desde cualquier óptica política: la incapacidad y el desdoro por generar acuerdos y consensos entre las fuerzas políticas que co-gobiernan el Estado de Nuevo León.
Samuel García, un joven abogado y Senador que, hace apenas un par de años, logró ganar la gubernatura de su estado en contra de todas las apuestas y previsiones de las casas encuestadoras nacionales; cuyo triunfo, así como los resultados de la jornada electoral, tuvieron implícito un mensaje generalizado de la población neoleonesa con respecto a la cuestión política nacional y local: hay un desprecio por las fuerzas políticas tradicionales, se está a disgusto con la forma de conducción unipersonal y sin contrapesos, y se obliga al diálogo y al entendimiento para lograr una conducción equilibrada e incluyente de los destinos de la entidad. Así, el Ejecutivo local fue concedido al partido Movimiento Ciudadano, en tanto que el control del Congreso local se lo cedieron a los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional.
Desde el inicio de su mandato, Samuel García encontró amplia resistencia por parte del Congreso para llevar a cabo su programa gubernamental. En parte, precisamente por la naturaleza de la lucha electoral, pues la oposición —al menos en teoría— conforma un programa de acción distinto al de García y Movimiento Ciudadano, al cual habrá precisiones y situaciones en las cuales no se pueda transigir; sin embargo, la base de cualquier gobierno democrático, en el que los pesos y contrapesos constitucionales se hacen patentes, debe ser, innegablemente el diálogo y la negociación. Si ambos se pierden, será imposible que las instituciones públicas funcionen adecuadamente, lo que trae aparejado el estancamiento y la parálisis, con las consecuencias propias que directamente padece la población.
A lo largo de su mandato, Samuel García se ha resistido a establecer un diálogo fluido con los diputados del Congreso Local y con muchas otras instituciones públicas que, por herencia, continuidad o tradición, están en manos de perfiles afines a cualquiera de los partidos opositores, lo que ha traído consigo que, el poder de contrapeso que tanto el legislativo, como el Judicial y varios organismos con autonomía constitucional, impere acciones que atentan contra el programa de gobierno y la consecuente parálisis en su ejecución y el cumplimiento de objetivos interpuestos. En palabras llanas: se ha mantenido un juego de vencidas en la que los únicos perdedores son los neoleoneses.
Esta falta de diálogo —que no es otra cosa que cerrazón a ultranza— ha generado varias condiciones de extrema tensión en el Estado que, mediáticamente, ha tenido trascendencia nacional. De este modo, una presunta persecución penal, los amparos ante posibles arrestos de integrantes de la familia del Gobernador García y de la de su esposa, fueron nota nacional en las que se acusaba de persecución política.
El último escándalo estuvo relacionado con las pretensiones políticas del Gobernador García por ser candidato de su partido a la Presidencia de la República. Su solicitud de licencia y el interinato de quien debiera ocupar provisionalmente el Poder Ejecutivo de la entidad, llevaron a una serie de acciones de naturaleza jurisdiccional que hoy tienen entrampado al Estado en una situación de incertidumbre nunca vista, tan aguda que el Gobernador se vio obligado a claudicar en sus aspiraciones y reincorporarse para ocupar el cargo que ganó en el año 2021.
Hoy, más que nunca, la ausencia de la política, del diálogo y el entendimiento, están dejando como estela de calamidades el abandono del gobierno de Nuevo León. La lucha de vencidas que inició hace dos años hace crisis y pone en evidencia que, cuando la intransigencia se impone, nada avanza. Sin embargo —y desde una óptica muy personal— es preferible que existan mecanismos de pesos y contrapesos que impidan la imposición de visiones únicas y autoritarias. Eso es la democracia, el acuerdo, el consenso y el entendimiento. En esa lógica, los gobernantes deben trabajar: en desterrar la soberbia y la imposición y privilegiar el bienestar general a sus ambiciones personales.
@AndresAguileraM