Durante los últimos tiempos, la legitimidad y presencia social de los gobiernos y quienes dirigen sus instituciones ha ido a la baja. Hoy los innumerables hechos de corrupción; la muy lamentable actuación que han tenido los gobiernos del orbe para atender asuntos del interés general; la falta de cercanía con los gobernados; la prepotencia
con la que se conducen infinidad de funcionarios amparados por la impunidad que otorga el muy lamentable cáncer llamado “influyentismo”; la avaricia y el odio de quienes emplean el poder público para enriquecerse a costa del esfuerzo de los otros; la complicidad criminal de los grandes intereses con quienes dirigen las instancias gubernamentales para perpetuar privilegios económicos, a expensas de la pauperización de millones de seres humanos; entre otros muchos sinsabores que quienes dirigen a los gobiernos han asestado a quienes debieran rendirles cuentas, han hecho que la autoridad se observe como “enemigo” en vez del “aliado que debiera ser para la sociedad.
Evidentemente las reglas del juego del poder político han cambiado. Baste observar la fuerza que las redes sociales le otorgan a las personas para poder hacer patentes críticas y difundir opiniones sobre el desempeño de las autoridades, devastando con ello la imagen del funcionario monolítico, inalcanzable y poderoso. O bien las manifestaciones espontáneas en los eventos públicos, en donde problemáticas distintas son motivo para que grupos medianamente organizados interrumpan discursos triunfalistas de autoridades que están muy alejadas de la sociedad.
Cierto, los avatares gestados por la dinámica social han hecho que los problemas sociales se incrementen y que su solución sea mucho menos sencilla de lograr, lo que se complica más el actuar de los gobiernos, todo ello aunado a la desatención y deshumanización de quienes dirigen a las instituciones públicas, por ello es indispensable retomar el camino del acuerdo y del consenso que dio lugar a este complejo llamado sociedad.
Así, esto nos lleva a la reflexión de encontrar un nuevo camino para redefinir las reglas de la convivencia y la cohesión social, para con ello retomar el camino del contrato social y definir los nuevos mecanismos con los que habremos de contar para poder alcanzar nuestros fines individuales, al tiempo que abonamos al colectivo. Es, en pocas palabras, entendernos y comprender que vivimos en una sociedad que es más que la suma de individualidades, que requiere interacción y solidaridad para poder avanzar hacia el bienestar general.
@AndresAguileraM