Apártame un lugar…

A mis colegas postrados y los que se adelantaron víctimas del pinche Covid

 Ayer se fueron Juan Hernández y José Luis Arenas, el inolvidable “Hermanito”.

Por separado, el año pasado los encontré casualmente. Juan, propio, con la sonrisa gentil y el saludo formal.

--¿Cómo estás, Sánchezlimón? Te leo--, me dijo sin estrechar la diestra, en el acceso al vestíbulo del Palacio Legislativo de San Lázaro. No hubo tiempo para platicar como en otras ocasiones; no hubo espacio para hablar de su trabajo en Neza; colaboraba en varios medios de comunicación. ¡Caray!

Y José Luis, en la lateral norte del Paseo de la Reforma, caminaba despreocupado y se me alegró la mirada cuando lo encontré de frente. Hacía años que no lo veía; supe que estuvo enfermo y le reproché:

--No andes asustando, repórtate con los amigos, Pepe.

--¡Mi Moy! Sí, hermanito, discúlpame. Pero ya estoy bien: me retiré y vivo tranquilo.

No nos abrazamos ni dimos la mano efusivamente, costumbre que teníamos desde aquellos años del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, etapa profesional en la que la amistad y el compañerismo nunca riñeron con las diferencias ideológicas.

¡Ah!, qué tiempos de respeto con el que piensa diferente. Los colegas de la Unión de Periodistas Democráticos –Elías Chávez, Jorge Meléndez, Tere Gil, Rogelio Hernández...--, reconocidos y siempre, como hasta la fecha, damas y caballeros de la tecla, reporteros que aceptábamos el éxito ajeno, la nota chacaleada que nos ponía entre el castigo y la calle por haberla perdido.

Pepe Arenas, Pepe Arenas…

--Te doy mi nuevo número de celular y mi correo para que estemos en contacto—me dijo luego de intercambiar información personal y recordar tiempos idos, como cuando se fue de comerciante al mercado de la colonia Industrial y luego lo reencontré en Los Pinos, durante el sexenio de Ernesto Zedillo.

--Está bien, te busco en WhatsApp—le dije.

--No, no, ya no uso redes. Mejor te mando un correo, o nos hablamos—respondió y de un folder sacó una hoja, rasgó un pedazo y garabateó número telefónico y correo.

Ayer, lunes, primer día de febrero de 2021, el Hermanito de muchos y muchas colegas, y el gentil Juan Hernández pasaron a formar parte de la fría estadística de quienes han perdido la batalla frente al pinche Covid-19, sin eufemismos: Pinche.

Usted disculpará, nuevamente toco el tema de mis colegas, hombres y mujeres integrantes de esta familia de periodistas mexicanos, profesionales de este oficio que integramos a la infantería y la división de columnistas, articulistas y, en fin, de quienes nos ganamos la chuleta en los medios de comunicación.

¿Alguien ha leído una frase de pésame del licenciado presidente, de doña Olga, o algún político de cualquier bandería por los y las colegas que han muerto por Covid? Tal vez por ahí una voz haya expresado solidaridad, voz en el páramo.

Pero, hay que decirlo, quienes ejercemos el periodismo profesionalmente, con vocación, no buscamos laureles ni menciones de oropel ni aquellas que mercenarios compran para presumir galardones, oficiosos que usurpan funciones en la línea servil de las mañaneras y alquilan la pluma para golpear a colegas que piensan diferente 

No, no, esa especie no forma parte de los colegas y las colegas que nos encontramos y enteramos de nuestros aconteceres merced a las redes sociales, las “benditas redes” que ya causan prurito al inquilino de Palacio, porque éstas han servido para evidenciar sus desatinos, mentiras y otros etcéteras que en pueblo llaman de fea forma.

¿Sabrán el licenciado Andrés Manuel y la señorita secretaria del Trabajo y Previsión Social y la señora secretaria de Gobernación cuánto ganan los periodistas? ¿Estarán enterados éstos salvadores de la patria que muchos periodistas mueres en la miseria?

¿Tendrán información altos funcionarios de la 4T y quienes aporrean teclados asumiéndose periodistas desde los espacios públicos, que a quienes llaman “chayoteros” y son despreciados desde el púlpito de Palacio, son explotados por dueños de medios de comunicación que son verdaderos mercaderes de la prensa?

Hace unos días, en el chat “Párrafos del Tatahuilo” se publicó una larga lista de periodistas de diferentes partes del país, fallecidos a consecuencia del Covid-19. La respuesta de los colegas fue puntual: incompleta.

Y sí, faltaron nombres de colegas.

Hoy, mis amigos Juan Arvizu Arrioja y Marco Antonio Reyes libran la batalla contra la enfermedad que nos llegó de Oriente y hace un año fue despreciada, minimizada al nivel de una gripita, algo que no haría daño ni requeriría de reconvertir hospitales ni de esfuerzos extraordinarios. No había por qué apanicarse.

El dúo dinámico López Obrador-López Gatell celebró que el sistema mexicano de salud estuviera preparado –pese al tiradero que, acusan insistentemente, dejaron los próceres Calderón Hinojosa y Peña Nieto con cascarones de hospital sin servicios ni equipamiento--. Amén de que había suficiente presupuesto para enfrentar al mal. ¿Dónde están los dineros?

Hay colegas que han vencido al Covid. Elda Montiel, Salvador Martínez y Lalo Arvizu, dieron la batalla y sanaron; Mariela Cházaro pereció después de una larga y dolorosa lucha.

¿Sabe usted por qué dedico este espacio a mis colegas, hombres y mujeres sin distingo, que desde trincheras humildes en apartadas localidades de pobreza sin fin y hasta las modernas y equipadas redacciones de ciudades como la de México ejercen este oficio del periodismo?

Porque tal vez usted no se ha percatado que nadie los recuerda públicamente con frases amorosas, cálidas, carentes de egoísmo, rebosantes de solidaridad para con los deudos, las viudas o los viudos, los huérfanos que ya no recibieron a Santa Claus ni a los Reyes Magos, salvo el gremio, los pares.

Por favor, discúlpeme por esta necia condición de reportero que no olvida nacencia y pertenencia a la familia que se declara impotente para evitar que uno a uno de sus miembros perezca frente a este virus incontenible.

Esta familia con personajes profesionales de la tecla con quienes me une la vivencia cotidiana, la de aquellos y estos tiempos en la brecha. Evaristo Corona Chávez, mis compadres Abelardo Martín y Alfredo Camacho, Paco Rodríguez, Miguel Ángel Rocha Valencia, Miguel Ángel Sánchez de Armas, María del Rocío Flores, Roberto Femat, Arturo Rafael Panzsa Sáenz, Ricardo Contreras, Gerardo Flores Ledesma, Maru Rojas, Paty Ramírez, Armando Gama, Lisandro González, mi comadre Araceli Aranday, Maxi Peláez, Claudia Ramírez, Héctor Guerrero, Fernando Damián, Yvonne Reyes Campos, Karina Aguilar, Ricardo del Valle, Juan López Miguel, Ricardo Burgos, Verónica Valdés, Ángel Álvarez, mi compadre Abacha, Jorge Teherán, Efraín Salazar, Ercilia Feria, Pepe Contreras…

Y muchos colegas en activo, porque los periodistas nunca nos retiramos del oficio, muchos cuyos nombres e historias no atrapo en este momento pero nutrirían volúmenes de este oficio que saben lo que es perder a uno de los nuestros.

¿Alguien se preocupa por nuestra salud en la lucha cotidiana en la calle y en la oficina, en la redacción? No y no mendigo una palabra solidaria de los dueños del poder para mis colegas que, postrados, luchan por su vida o tomaron ese rumbo del espacio infinito de los y las  periodistas.

¡Ah!, cómo duele su partida. Son hermanos y hermanas de esta familia nunca comprendida ni extrañada por el dueño del poder en turno.

Hermanito: apártame un lugar en la conferencia de prensa de obligada asistencia. Digo.

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