Entresemana (Moisés Sánchez Limón)

La cotidiana embestida, desde el máximo púlpito del país, contra periodistas, reporteros, columnistas y medios de comunicación que disienten de la administración del licenciado López Obrador, ha dejado de sorprender incluso a los citados en esa letanía que los descalifica, estigmatiza e insulta con la ironía de, por ejemplo, colgar hamacas, en el Zócalo, para los dueños del diario Reforma y de El Universal para que se sumen al plantón de integrantes de Frenaaa.

Cuando Ernesto Zedillo estaba a poco más de dos meses de rendir protesta como Presidente de la República, eran los primeros días de septiembre de 1994

Las disertaciones presidenciales matutinas tienen esa característica del mensaje propagandístico bien aprendido que, de tanto remacharse, se asume verdad absoluta sólo porque la dice el licenciado presidente, un ciudadano autodefinido honesto y austero que despreció la residencia oficial de Los Pinos y optó por el Palacio Nacional como vivienda privada.

La orden que se dio desde la oficina del vocero presidencial para el trato con la prensa y cómo atender a la crítica de la oposición reflejada en los medios de comunicación fue simple, palabras más, palabras menos: no les hagan caso, déjenlos que digan lo que quieran, no respondan, ya se cansarán.

La historia es terca, cíclica pero poco aleccionadora para las mentes de supuesta estructura revolucionaria y justiciera, éstas que se disciplinan con banderías que responden a sus intereses no satisfechos en los espacios que los encumbraron.