Han pasado cuatro años del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las urnas. A la distancia y para desgracia del país, a quienes nos preocupaba
la llegada del eterno sembrador de odio a la titularidad del Ejecutivo, hemos confirmado que sí era un peligro para México. La realidad ha rebasado las expectativas.
El 3 de diciembre de 2018, López Obrador inauguró las conferencias matutinas. Nunca imaginamos que en el primer año de su gobierno, este espacio se convertiría en el paredón para amenazar, acribillar e intimidar, primero, a todo aquello que significara un contrapeso y luego, a todo aquel que manifestara una postura distinta a la que quiere imponer.
Dos hechos marcaron precedente: el linchamiento a comisionados de organismos autónomos y los señalamientos, amenazas e inclusive el congelamiento de cuentas por parte de la UIF, a un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que terminó con su renuncia al cargo. Con ello, se inauguró la intervención metaconstitucional en el poder judicial. En los hechos, el presidente de la Corte y los ministros nombrados en este sexenio han demostrado, en múltiples ocasiones, a quién obedecen, ante la resistencia -debo reconocerlo- de otros ministros.
Mientras eso sucedía, prácticamente el país entero observaba detrás de la ventana los excesos y desvaríos presidenciales. Hubo quienes se alegraban y aplaudían la emisión de juicios temerarios desde la tribuna matutina y otros cuantos empezaron a preocuparse y a cuestionar con más severidad “¿dónde está la oposición?”.
Ante la andanada de una maquinaria gubernamental que polarizó al país, hubo incluso quienes pensaron que era resultado de un pleito entre los partidos políticos que habían perdido la elección y la llegada de la “izquierda mexicana” al gobierno. Pero la realidad nos golpeó con fuerza.
En los 1,314 días de esta administración, hoy no hay sector que se haya librado del ataque constante, artero e injusto, de quien juró guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Científicos, periodistas, académicos, estudiantes, políticos, integrantes de asociaciones civiles, mujeres, empresarios, católicos, judíos y un largo etcétera han sido víctimas de un gobierno autoritario, rencoroso, ineficiente, cínico, que lo que menos le importa es mejorar las condiciones de vida de los mexicanos. Lo suyo, lo suyo, es ganar elecciones, incluso a costa de la vida de sus gobernados.
Aunque se pretenda negar desde el oficialismo, México va en franco retroceso y ante el panorama tan complicado en el que se encuentra, la pregunta ya no debe ser “dónde está la oposición”, sino cuál es la alternativa para revertir el daño causado por Morena.
A estas alturas, debemos estar conscientes de que la propuesta de nación debe salir desde las bases y militancias de los partidos, las y los ciudadanos organizados, las y los profesionales preocupados por lo que sucede, es decir, desde las personas que cotidianamente padecen los problemas generados por la violencia, la falta de empleo y de oportunidades, de progreso en educación y el desdén de las élites. Los cimientos de un mejor país se encuentran en la base ciudadana.
De seguir en este camino, no habrá futuro ni para el 2023 ni para el 2024 y mucho menos para las nuevas generaciones que se merecen la oportunidad de vivir mejor. Reitero mi llamado a que las dirigencias de los partidos políticos cambien la estrategia y definan el rumbo. Reitero mi llamado a dejar de pensar en la inmediatez y a no reaccionar ante las provocaciones constantes del inquilino de Palacio Nacional. Reitero mi llamado a no temerle a la democracia.
La casa se está llenando de problemas que pueden agravarse aún más y no podremos enfrentarlos si seguimos como espectadores, si detrás de la ventana solo observamos al violentador, si no hacemos nada para detenerlo, si no decimos a quienes están siendo lastimados que hay otra forma de resolver sus problemas, que tenemos una alternativa y que somos la mano que se tiende para construir juntos el porvenir posible.
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista