Si la pandemia en el mundo es una llamada de atención para la sociedades, un escarmiento para cambiar y enderezar el rumbo, por lo visto, no termina de entenderse de esa manera y mucho menos de asimilarse. Persisten defectos y vicios, en todos los ámbitos.
No se ha convertido en un acicate para rescatar y promover valores, para procurar el respeto, la coherencia y la honestidad. Es lo que debiera caracterizar la convivencia, en cualquier parte del planeta. Falta reflexión en ese sentido. Acabar con la mentira, el engaño, la doble moral, el doble rasero, las consignas, el invento de historias, la denigración, el abuso y la injusticia.
En el caso de México, el sistema judicial debe significarse por su integridad e imparcialidad, nada de actuaciones por consigna ni dobles raseros, nada de chantajes o presiones políticas.
La justicia no puede ni debe estar al servicio de nadie, por muy influyente o poderoso que diga ser.
Por eso es justo que a los impartidores de justicia, que son honestos, se les pague lo que se les paga, para garantizar su integridad e imparcialidad. Para que no cedan a presiones de ningún tipo.
Y de ser necesario, para quienes corren un riesgo mayor, hasta de vida, por los asuntos que revisan y resuelven, que no se dude en reforzar su protección, con guardaespaldas y vehículos blindados.
Hay que tomar previsiones para que no se repitan episodios trágicos como el de Colima el pasado junio, donde mataron a un juez federal que meses atrás había autorizado el traslado del hijo de un capo a penal de máxima seguridad.
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@zarateaz1
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