En un principio se dijo que sería una acción transitoria. El Ejército regresaría a los cuarteles una vez que se capacitara a policías.
Transcurrieron sexenios, promesas de campaña, el compromiso de gobierno y la situación sigue igual.
Es una medida que espanta a unos y otros la justifican. La realidad es la que impone condiciones, no queda de otra cuando se dan cuenta que las corporaciones civiles no tienen el nivel que quiere la gente, para que haya más seguridad y tranquilidad.
Cada vez que se consulta a la sociedad cuál es la institución que considera más confiable, la respuesta mayoritaria ha sido el Ejército, por mucho. Incluida la Marina.
A poco ya se olvidó cómo el pueblo disfruta los desfiles militares del 16 de septiembre. Quiere a sus soldados.
Para los militares, lo más cómodo sería quedarse en sus cuarteles y no correr riesgos de excesos o acusaciones de organismos defensores de los derechos humanos.
Están en las calles porque se los ordena su jefe máximo, un civil que ha llegado al poder por diferentes partidos en distintos tiempos.
Ahora la queja es porque se han asignado más tareas a militares. Tienen razón, hacen más cosas, porque se trata de un Ejército que se ha preparado para servir a su país de diversas maneras. Ya no solo son expertos en armas y en medicina. También saben de ingeniería, de ecología, de leyes, de periodismo, de comunicación y, siguen por ese camino universitario.
Los civiles están ocupados en pleitos políticos, acusándose de corrupción y de alejar a México de la democracia.
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