La oposición ha recurrido al fácil expediente de culpar de la derrota a la candidata Xóchitl Gálvez, cuando quizás sea la
menos culpable. Ella ni quería ser candidata presidencial, prácticamente la obligaron, porque su plan todo el tiempo había sido competir por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Cada vez que le preguntaban en el Senado sobre sus aspiraciones, respondía que era gobernar la CDMX.
Todavía más, si alguien le insistía en considerar buscar vivir en Palacio Nacional, su respuesta inmediata: no por ahora.
Estaba consciente que le faltaba más experiencia, gobernar al menos la ciudad más poblada del país.
Hubiera sido excelente candidata para la Ciudad de México.
A pesar de sus limitaciones, terminaron por convencerla de que la oposición no tenía otra alternativa para la presidencial.
Por supuesto que se hizo una campaña para presentarla como fuera de serie, la mujer maravilla.
Todos, sin excepción, incluyendo a los que ahora la reprueban, presumían su perfil y daban por hecho que ganaría.
Javier Lozano Alarcón, quien fuera secretario del Trabajo en el gobierno de Calderón, no sólo la calificó de “mala candidata”, sino de “pésima, nada más que después de las elecciones del 2 de junio.
Antes de esa fecha, nunca de expresó de esa manera.
No es justo que le den ese trato, no lo merece, porque los verdaderos culpables de la derrota son los que decidieron fuera ella y no se detuvieron en sus planes a pesar de que en el proceso interno la senadora Beatriz Paredes demostró que tenía mejor estructura de discurso.
En vez de culparla, deberían reconocer que es un activo de la oposición mal aprovechado.
Arturo Zárate Vite
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