Existe una mal enfocada percepción de que la mayoría de desparecidos en México tiene que ver con el narco. Aparece una fosa clandestina y la mente relaciona a los cuerpos como resultado de la guerra entre los carteles, error, la grosera cantidad de niños, mujeres, jóvenes y adultos que no aparecen o bien lo hacen por medio de fosas no tiene que ver precisamente con el mundo del hampa. La mayoría son víctimas de una
inexplicable industria del secuestro y desapariciones. Veracruz nos arrebata el aliento, por ejemplo, con sus números, ten solo en el 2017, con Miguel Ángel Yunes en el gobierno, nos dejó 202 casos, el primer lugar lo ocupa guerrero con 347. El drama para todas las familias que no logran encontrar a los suyos se acrecienta al toparse con un aparato de justicia que no da para más, ya sea por ineficiencia o por pura corrupción, elevando el tono de angustia al enterarnos que en muchos casos son los mismos cuerpos policiacos los que se ven inmiscuidos en estas desapariciones. Esto es ya una crisis humanitaria y el que lleve varios años represente el estado fallido tal y como muchos se niegan a reconocer. El no reconocerlo la profundidad del daño nos ha llevado a observarlo como parte de una normalidad, de un no pasa nada. Todos los días a través de cualquier medio de comunicación se dibujan ese tipo de desgracias, bañadas de la taladrante impunidad con la que nos encontramos, así sea una niña mexicana o en la ejecución de algún periodista, los que ganan son los criminales, los sicarios, ellos sin, bajo una actividad funcional que les reditúa el que se les tenga miedo, sabedores que ni policías ni ministerios ni jueces podrán atajar sus actividades criminales. Y lo peor es que esto se presente mientras en una de las pistas del circo se nos promete acabar con eso, sea desde un acto de campaña o del cínico paso de los e spots de los partidos y sus candidatos, mas con ánimo de evasión que el de reconocer que vivimos en una situación de guerra en donde un poderoso ejército de asesinos compite sin mayor problema contra el estado mexicano y las autoridades solo se limitan a recolectar huesos de esos camposantos anónimos que se dan en cualquier región de guerrero, Tamaulipas, Jalisco, Veracruz o donde se les ocurra ir a enterrar los cuerpos. Cierto, en México se corren varias películas, unas de terror, otras de cansancio, muchas de una grosera indiferencia que pone los cabellos de punta y mientras, miles de familias cruzan su propio calvario para poder encontrar al esposo, al padre, al hijo o la hija, a la esposa o hermana. Este México de promesas vacías se cae a pedazos entre tantos seres humanos desaparecidos.