El poder o los asuntos de gran transcendencia e importancia no pueden ser encomendados a quien demuestra ser incapaz de manejarlos; quien sobrestima sus capacidades personales engañado por la imprudencia, el desconocimiento, la ambición, la inexperiencia o la soberbia, aporta el ingrediente más común en la fórmula de los desastres.
De acuerdo con un antiguo mito griego, Faetón fue el hijo ilegítimo de la Ninfa Clímene y de su amante Helios, el Dios-Sol, que día tras día iluminaba la tierra con su radiante corona, conduciendo por los cielos una veloz cuadriga de la que tiraban cuatro briosos corceles. Faetón se ufanaba constantemente de su origen solar y se jactaba de su linaje divino, hasta que sus aseveraciones fueron puestas en duda por uno de sus amigos.
Aguijoneado por la incertidumbre, pidió a Clímene una prueba clara de que Helios era su padre. Conmovida, juró a Faetón que era hijo del sol y para mayor satisfacción, le indicó que se encaminará a la mansión de su progenitor, quien podría dar fe de sus palabras. Una vez frente a Helios, le suplicó que disipara su zozobra. El Dios le aseguró que Clímene no mentía y, para despejar toda duda, juró concederle cualquier cosa que pidiese. El sobresalto que le causó su inusitada petición, pronto cedió el paso al arrepentimiento: Faetón deseaba conducir el carro del sol y, al mando de los alados caballos, trazar el curso del reluciente astro. En vano Intentó disuadirlo haciéndole notar que ni siquiera Zeus, soberano del Olimpo, sería capaz de conducir el carro. Todo fue en vano: Faetón ocupó su sitio en la cuadriga y los caballos emprendieron su curso ascendente. Incapaz de reconocer el camino y de gobernar a los impetuosos corceles, fue embargado por el miedo. Al fin soltó las riendas y los caballos sin rumbo, desbocados y enloquecidos, embistieron las estrellas. Luego descendieron y en vuelo rasante, desecaron la tierra y quemaron a su paso la línea del Ecuador. Faetón contempló entonces las llamas sobre el mundo y los secos océanos. Para evitar un mayor desastre Zeus derribó a Faetón con su fulgurante rayo.
Así, quien ahora intenta conducir las acciones y domar el irrefrenable curso de la pandemia, ha perdido las riendas y, extraviado en su curso, lo ha quemado todo a su paso; sólo es capaz de contemplar impotente su rastro de muerte y destrucción, la desolación y la desgracia con la que su negligente proceder ha enlutado a miles de familias.
Ni en su desmedida soberbia conseguirá corregir el errático curso de los briosos corceles, mientras las víctimas de su impericia esperamos ansiosos el rayo flamígero que derribe por fin al Faetón de la pandemia.
Dr Javier González Maciel
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