Parto de una declaración simple de principios: Reniego de cualquier proyecto político que desconozca el flagelo de la marginación, ignore las devastadoras consecuencias de la desigualdad social, o desatienda las genuinas demandas y reivindicaciones populares. Pero vayamos a las formas, a la intencionalidad y, sobre todo, a aquello que establece diferencias en el ámbito de la transformación verdadera: El fondo.
Con un “a favor cabrones”, resonó el voto de la senadora de Morena Lucia Trasviña en el magno recinto de la Cámara Alta, en apoyo a la extinción de los fideicomisos, seguido por el festejo arrabalero de sus compañeros de bancada; los que enloquecen ante el espectáculo barato y la función circense; los que suponen que representar al pueblo es manchar de escupitajos las curules y, en medio de un griterío tribal, aplaudir los disparates de un simio desenjaulado. ¿No merece el pobre o el oprimido una representación digna y ordenada, con olor a jabón y a baño, que en el formato de la racionalidad y de la contundencia argumentativa lleve su voz al Senado? ¿Es necesario hacer todo un despliegue de rusticidad y de patanería en cada intervención o comentario? Repelo con enojo de la chabacaneria barata, del disfraz de charrito desmontado, del vocerío de mercado y la consigna repetitiva de un loro descerebrado.
¿Y qué sobre el decir presidencial rebajado a discurso de barriada; diarrea visceral que se muestra incontinente en una retahíla de ofensas y de injurias? Cada palabra lanzada desde el podio se convierte en un dardo envenenado, en una burda estrategia manipulativa para aguijonear rencores, despertar animadversiones, fomentar enconos o a hacer sangrar las viejas heridas del pasado. Desde su profunda visión de gran estadista, Barack Obama sentenciaba: "Estamos demasiado dispuestos a echar la culpa de todo lo malo a quienes piensan diferente", cuando deberíamos hablarnos los unos a los otros "de maneras que curen y no que hieran". Así, vomitar las palabras sin su obligado componente reflexivo, es un acto irresponsable: El lenguaje es fuente de realidades y causa de efectos. El calificativo irreflexivo es una bala en el fusil de un ebrio. En el podio de las mañaneras abundan los disparos: la mapachada de angora, los maiceados y los chayoteros, los espurios y politiqueros, los neoporfiristas y las chachalacas: Degradación vergonzosa de los modos y las formas.
¿Y qué con la intencionalidad, con la pretensión oculta tras el discurso y la proclama? Si la narrativa presidencial no esconde una intención perversa y manipulativa, ¿a qué acicatear los rencores, recrudecer las confrontaciones y hacer cada vez más hondas las divisiones sociales? ¿No es acaso la expresión burda de un juego maniqueo? La unidad rinde más que la confrontación y la hermandad más que el distanciamiento. En su discurso de la toma de posesión de la presidencia de los EE.UU., Barack Obama llamaba a la concordia: "Hoy nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el temor, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. Hoy hemos venido a proclamar el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos".
Pero, más allá de formas e intenciones, ¿hay algo rescatable en cuanto al fondo? Nada parece vislumbrarse en el horizonte de los cambios. La demagogia del pasado hace su entrada triunfal, aparece en escena con su rifa y su tómbola, con la dádiva miserable y coercitiva con la que se compra el voto y se doblegan las voluntades, con la reivindicación intrascendente que le exige disculpas al pasado, que atribuye siempre al otro la responsabilidad de sus fracasos. Mientras en una farsa de teatralismo insulso se exhiben los excesos del pasado, se promocionan desde la máxima tribuna de la nación los cachitos de la loteria y se reclama a voz en cuello el penacho de Moctezuma, la gente se ahoga en su miseria, los niños se mueren de cáncer, la gente pierde sus empleos o sucumben al flagelo de la violencia, la incertidumbre y el abandono.
Ni en las formas, ni en las intenciones ni en el fondo: nada ocurre que dignifique al "pueblo".
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina.