Obrador y la desaparición del "florero"

El ocultamiento, la opacidad, el fingimiento, el embuste o la mentira, son los esbirros del engaño; cargados de intención, son la herramienta predilecta del que burla, del que delinque, del que somete, del que peca, del que abusa, del que mata, del que manipula o del que ataca. La mentira no es

equivocación, omisión o mala comunicación; esconde la intencionalidad perversa que se fragua en la consciencia, que va hilándose lentamente en la rueca de la premeditación. La mentira es un proceso mental elaborado, intrincado, claramente ventajoso, que anticipa en la mente propósitos y objetivos; empapado de planeación, no desconoce la naturaleza inmoral del acto que ejecuta. La mentira se cocina en el caldero de la planificación; es elección y deseo, disposición y prefiguración. Es el arma del dictador, la trinchera del traidor, la evasiva del delincuente, el instrumento del demagogo, el rasgo fundamental del cínico, el artilugio del abusador, la triquiñuela del mediocre, la basa del corrupto. El que habla con la verdad no se envuelve en el discurso, no recurre a la divagación, no teme a la transparencia; no evade el interrogatorio ni se esconde en la indefinición. Es raudo en el hablar y claro en el actuar; sin dobleces ni contradicciones, sin cortapisas ni descalificaciones.  

La mendacidad, la impostura y la falsedad son los estigmas de la perversidad política, más aún cuando se vuelven descaradas, sistemáticas y recurrentes; cuando se envuelven en un falso afecto, en un fingido interés por el bienestar de los demás, más cruel y reprochable tratándose de los pobres, de los que por su condición de marginación o de abandono, son proclives a la irreflexión, a la manipulación demagógica , a la trampa del que compra voluntades con dádivas o privilegios.  

En la URSS de Josef Stalin, la mentira y el engaño mantuvieron ocultos muchos de los crímenes más infames de la historia: el Holodomor o gran hambruna ucraniana, provocada por la estrategia de colectivización forzosa de las tierras del campesinado, que condenó a la inanición a unas 7 millones de personas en la Unión Soviética, especialmente en Ucrania. Tras requisar las cosechas y los alimentos, el Estado cercó a poblaciones enteras condenándolas a una muerte segura, lo que obligó a miles de personas a alimentarse de hierba, a comerse los gatos y los perros, o a incurrir incluso en actos de canibalismo; la llamada Gran Purga, perpetrada por Stalin a partir de 1930, en la que miles de miembros del Partido Comunista Soviético, socialistas, anarquistas y miembros de la oposición, fueron acosados, perseguidos, juzgados y, finalmente, encarcelados o ejecutados en los tristemente célebres gulags. En total, el proceso llevaría a la muerte, según diversos cálculos, a entre 4 y 50 millones de personas; la masacre del bosque de Katyn, llevada a cabo por la policía secreta rusa (la NKVD) bajo las órdenes de Stalin en 1940 en la Polonia ocupada por el ejército rojo. Cerca de 22,000 personas, miembros de la élite polaca, oficiales militares, políticos, intelectuales y artistas, fueron ejecutados con un tiro en la nuca y enterrados en fosas comunes. Este crimen fue ocultado por la URSS durante más de medio siglo, y atribuido a la Gestapo alemana. 

Tales atrocidades, entre otras muchas que caracterizaron la dictadura Stalinista, permanecieron ocultas por largo tiempo y, aún hoy día, Vladimir Putin intensifica su defensa de Josef Stalin, atacando a los que llaman a revelar archivos secretos sobre el asesinato de millones de ciudadanos por el Estado soviético. 

No hay justicia sin verdad: Así la desaparición de Stalin supuso, para millones de comunistas, un enorme vacío que rellenaron con elogios y desmesuradas apologías. Dolores Ibárruri, dirigente del Partido Comunista Español, calificó a Stalin como "un revolucionario de acción y un gigante del pensamiento científico revolucionario".

La mentira es así el parapeto de los tiranos. Hoy nuestro inquilino de Palacio, acérrimo defensor de la opacidad y la censura, intenta desaparecer definitivamente el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), señalando que representa un gasto innecesario y un organismo "creado durante el período neoliberal" (era de suponer que aflorarían sus fijaciones ideológicas). Su atrófico intelecto no alcanza a comprender que la autonomía del poder público es condición sine qua non para que tales organismos, presentes en nuestro país y a nivel internacional, garanticen la rendición de cuentas, sean un verdadero contrapeso al poder público y resguarden frente a los poderes del Estado nuestro derecho a saber.  ¿Por qué entonces se opone a la transparencia quien dice combatir la opacidad del pasado? La respuesta es simple; al igual que para el delincuente, para el asesino o el conspirador, la oscuridad es su cómplice, su aliada principal, su benefactora y su trinchera. Es ahí, en la indefinición de las tinieblas,  donde el "paladín de la justicia" disfraza la podredumbre y la corrupción de los suyos, el cinismo insultante de sus familiares y sus fieles. La utilizó cuando era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México para mantener la secrecía en torno a los segundos pisos; para esconder la bitácora del avión que transporto a Evo Morales (que será secreta durante 5 años) , la inversión y el costo actual del aeropuerto de Santa Lucía, del Tren Maya o de la refinería de Dos Bocas. ¿Qué mejor camuflaje que las sombras? Es ahí donde se falsifican documentos (como el que permitió a Bartlett esconder los errores del apagón), donde prevalecen los "otros datos",  donde se asignan contratos a familiares cercanos (como los que favorecieron a la prima Felipa), donde se ocultan las corruptelas de compinches y allegados (como las de Irma Eréndira Sandoval, John Ackerman, Pío López, Manuel Bartlett, Zoé Robledo, y las de una larga lista de desvergonzados e impresentables), donde se socavan las instituciones para afianzarse en el poder y donde, finalmente, se engaña al pobre o se manipula al desvalido. 

Alguna vez declaro nuestro inquilino de Palacio que el INAI es un "florero". Tenía razón ...... hoy muestra las flores podridas y marchitas de su engaño y mal gobierno. 

Dr. Javier González Maciel 

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina