En todo dogmatismo, de derecha o de izquierda, la realidad se percibe bajo una lente opaca, endurecida, resistente a la rectificación e impermeable a la crítica. Toda verdad se torna indiscutible, irrefutable, incontrovertible.
El dogmático se asume siempre como referente absoluto, como figura infalible; de ahí su irreflexión, su cerrazón, su visión simplista y unidimensional
del mundo. No observa la realidad bajo la lupa del análisis; desconoce su diversidad y su estructura compleja. Supone que la verdad está en su pensamiento, auto-engrandecido, cerrado, inconcuso e inmutable; de ahí la intolerancia, el rechazo del exogrupo, la descalificación o la infravaloración del "otro". Su sistema de creencias no es parte de la realidad, que en su naturaleza cambiante e intrincada exige flexibilidad, apertura, reconsideración, reemplazo o enmienda bajo un esquema mental abierto; la realidad del dogmático parte de su personalidad, de su psique deformada, de una rigidez cognitiva e ideológica que ofrecerá en todo momento las mismas respuestas; siempre predecibles e invariables, siempre mecánicas y autoritarias. El autoritarismo es así el producto inevitable de una mente cerrada, hermética a la evidencia, intransigente, inflamada por la sobrevaloración de su propio intelecto, desfigurada por una fuerte dosis de narcisismo y de soberbia.
Todo dogmático es extremista, fanático e intolerante. Para su atrófico intelecto no existen los matices; de ahí su obstinación, su terquedad y su ceguera. Impondrá su verdad como la única posible, por lo que exige adhesión, "lealtad sin dobleces", seguimiento irreflexivo, docilidad obediente. Toda desviación se considera "aberrada", equívoca, recriminable. El que disiente, aun en el escenario de eventuales convergencias, será suprimido, desplazado a la "otredad", al terreno del adversario, del opositor, del odiado, del que se resiste al triunfo de la "verdad absoluta".
A pesar de su limitación intelectual, el dogmatismo atrae a las masas; su visión recortada de la realidad, su sobresimplificación del mundo, su anquilosamiento cognitivo, supone para sus seguidores un fuerte ahorro de energía mental en la comprensión del entorno: Harán suyo el prejuicio, tomarán como cierta cualquier declaración que emane de algún "líder" que represente el dogma, sin necesidad de fundamentarla o contrastarla con la realidad.
No es desmesurada la afirmación de Raymundo Riva Palacio al suponer que, nuestro inquilino de Palacio, no se detendrá hasta "destruir todo lo que recuerde el pasado mexicano, aun si algo fue positivo". Aplastará en su marcha los organismos autónomos, las energías limpias, la inversión privada, las instituciones democráticas, el sistema de salud, los contrapesos del poder, las organizaciones ciudadanas, la educación de calidad, la diversidad ideológica, la conexión con el mundo, la libertad de expresión, el derecho a disentir y, en último término, la democracia misma. ¿Puede haber acaso democracia donde se reprueba la pluralidad, donde se reclama como propia la verdad absoluta, donde se alimenta el odio contra el "disidente" o el "pensante"? El dogmatismo es tan sólo la semilla de la intolerancia, el germen del desprecio, la fuente del encono. Tarde o temprano surgirá la violencia; lo hizo en una de las naciones que, desde su fundación, ha sido considerado como referente de la democracia. Una horda de nacionalistas blancos instigada por un autócrata megalómano, asaltó el Capitolio en Washington DC, en un acto de sedición y terrorismo doméstico, mientras el "Nerón" rubio miraba complacido en la televisión del despacho oval la destrucción y el estallido que él mismo propició , y mientras nuestro inquilino de Palacio se lamentaba por el brutal, infame, incomprensible, injusto e irracional acto de "censura" que supuso cancelar los accesos de Trump a las redes sociales. ha sido considerado como referente de la democracia. Una horda de nacionalistas blancos instigada por un autócrata megalómano, asaltó el Capitolio en Washington DC, en un acto de sedición y terrorismo doméstico, mientras el "Nerón" rubio miraba complacido en la televisión del despacho oval la destrucción y el estallido que él mismo propició , y mientras nuestro inquilino de Palacio se lamentaba por el brutal, infame, incomprensible, injusto e irracional acto de "censura" que supuso cancelar los accesos de Trump a las redes sociales. ha sido considerado como referente de la democracia. Una horda de nacionalistas blancos instigada por un autócrata megalómano, asaltó el Capitolio en Washington DC, en un acto de sedición y terrorismo doméstico, mientras el "Nerón" rubio miraba complacido en la televisión del despacho oval la destrucción y el estallido que él mismo propició , y mientras nuestro inquilino de Palacio se lamentaba por el brutal, infame, incomprensible, injusto e irracional acto de "censura" que supuso cancelar los accesos de Trump a las redes sociales.
Es tiempo de reflexión; el barco de nuestra nación se escora peligrosamente en las aguas del autoritarismo, de una anacrónica visión dogmática imbuida de populismo. La mal llamada "transformación" (diría yo "deformación") que pretende imponer nuestro "iluminado", desconoce la realidad del mundo; no es sino el reflejo de una mente deformada, de un delirio mesiánico que nefastas consecuencias comienzan a pasar factura: inseguridad creciente, mayor pobreza, retroceso democrático, debilitamiento de los sistemas de salud, incremento de la deuda externa, centralismo excesivo, división social, resquebrajamiento institucional. Es así que el dogmatismo no es inocuo: desemboca siempre en los mares de la intolerancia o se precipita sin remedio en los abismos de la violencia.
Tras el intento de golpe de Estado, conocido como el Putsch de Munich, llevado a cabo por los miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), Hitler fue recluido en la prisión de Landsberg en el verano de 1924 donde escribió el primer volumen de Mein Kampf (Mi Lucha), donde podemos leer:
"El judío sólo conoce la unión cuando es amenazado por un peligro general; desapareciendo este motivo, las señales del egoísmo más crudo surgen en primer plano, y el pueblo, antes unido, de un instante al otro se transforma en una manada de ratas feroces. Si los judíos fuesen los habitantes exclusivos del mundo, no sólo morirían ahogados en suciedad y porquería, sino que intentarían exterminarse mutuamente, teniendo en cuenta su indiscutible falta de espíritu de sacrificio, reflejado en su cobardía ".
Unos años después, el 20 de enero de 1942, funcionarios de alto rango del gobierno alemán y del partido nazi, coordinados por Reinhard Heydrich, segundo en el mando después del jefe de las SS Heinrich Himmler, se reunían en una zona acaudalada de Berlín junto al lago Wannsee para debatir la "solución final" al "problema judío" que consolidaría el genocidio en marcha que llevó a la muerte a 6 millones de judíos en los campos de exterminio nazi (junto a otros 11 millones de personas más, entre ciudadanos soviéticos , prisioneros de guerra, polacos, serbios, romanís, homosexuales, etc.)
También se lee:
"Todo individuo notoriamente enfermo y efectivamente tarado, y, como tal, susceptible de seguir transmitiendo por herencia sus defectos, debe ser declarado inapto para la procreación y someido a tratamiento esterilizante"
A partir de 1939 y hasta el final de la guerra en 1945, tendrá lugar la aktion T4, un macabro programa nazi de eutanasia, en realidad, el homicidio sistemático y médicamente supervisado de enfermos mentales, niños con deformidades congénitas o anomalías físicas, enfermos incurables o discapacitados, cuyas vidas eran consideradas "indignas de ser vividas". Los seleccionados, eran trasladados a viejos hospitales oa cárceles abandonadas donde eran gaseados usando monóxido de carbono puro, para luego ser incinerados en hornos crematorios. Las cenizas eran a menudo enviadas a los familiares, y el certificado correspondiente señalaba una causa y una fecha de muerte ficticias. Tras los juicios de Nuremberg se estimó que el número total de víctimas rondó las 275,000 personas.
Sólo cambian los tiempos; de Hitler a Obrador, el dogmatismo es el mismo
Dr. Javier González Maciel.
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina