Del Museo Nacional de Antropología al corazón político de la Ciudad de México, transcurrió el numeroso contingente en la llamada "Marcha del Silencio", el 24 de abril de 2005, que protestaba por el desafuero del entonces Jefe de Gobierno capitalino Andrés Manuel López Obrador. Su voz resonaba en la tribuna del Zócalo para tranquilizar a los asistentes y esbozar lo que él suponía un "proyecto" político: "No hay motivos para que nadie
se preocupe o se alarme con nuestro proyecto alternativo de nación [...]. Nosotros no odiamos ni buscaremos venganzas. No vamos a perseguir a nadie, no inventaremos delitos [...]. Además, la gran tarea de transformación del país requiere tolerancia, acuerdos, concordia y, sobre todo, no perder el tiempo en revanchas políticas [ ...]. En primer término, aclaro, nuestro proyecto no implica excluir, hacer a un lado a nadie. Por el contrario, proponemos un pacto con todos los sectores de buena voluntad [...]. Asimismo, el cambio que proponemos no significa un retorno al estatismo [...]. Tampoco proponemos autoritarismo, mano dura, predominio de un poder sobre los otros; mucho menos la desaparición del Poder Judicial, o el encarcelamiento de políticos y gobernantes [...]. Es un imperativo consolidar las instituciones, hacer valer a plenitud el principio de división y equilibrio de poderes. "
Tales fueron sus palabras, el discurso falaz de su cinismo insultante; así llamaba a la reconciliación el apologeta del revanchismo, el perseguidor por antonomasia, el que acusa a quien le estorba porque le place al "pueblo". Tal fue la retórica de nuestro "poeta del insulto", del que cultiva la discordia, la desunión y la polarización extrema; del que construye pacientemente con su retahíla de injurias, con su verborrea incendiaria, con su cizaña manipuladora y ventajosa, esa línea divisoria entre "buenos" y "malos", entre "conservadores" y "liberales", con la que instrumentaliza el odio, con la que consolida y apuntala su recalcitrante populismo. Tal fue la perorata descarada de quien repudiaba el autoritarismo, el estatismo y la desaparición de los contrapesos; el mismo que ahora dicta su voluntad incuestionable, que maneja con impudicia a sus marionetas legislativas, que pliega a voluntad el brazo de la justicia para someter al "adversario", o para allanarle el camino a la corrupción de sus serviles. El mismo que acomete implacable contra la prensa, contra los organismos autónomos, contra las redes sociales, contra los intelectuales, los empresarios, los médicos, los expertos, los científicos o, en resumen, contra todo aquel que se entregue al "sacrilegio" de cuestionar su imperio. Sí, tal fue la proclama del "dinamitero institucional", del que tala sin pudor el bosque de la democracia, del artífice de este engañoso totalitarismo estatal construido "por el pueblo y para el pueblo", es decir, para esta entelequia indefinible y amorfa que no es sino la voluntad misma del autoproclamado “mesías”.
Pero si tal discurso no fuera convincente como una confirmación indisputable de su naturaleza falsaria, de su fabulación premeditada, de su mitomanía sociopática y manipuladora, añadiré la declaración apoteósica de su derroche de falsedad:
'' El Presidente de México debe actuar como hombre de Estado , como estadista, no debe comportarse como jefe de partido, de facción o de grupo. El Presidente debe representar a todos los mexicanos. El Presidente debe ser factor de concordia y de unidad nacional. El Presidente no puede utilizar las instituciones de manera facciosa para ayudar a sus amigos ni para destruir a sus adversarios ".
No requiere aclaración lo que se explica en sí mismo; como el mítico Uroboro, como ese horrible dragón serpentiforme, nuestro inquilino de Palacio ha alcanzado su cola y se devora a sí mismo, víctima de su inquina, de su mendacidad, de su ambición y su estulticia.
El primer ministro británico Arthur Neville Chamberlain y Édouard Daladier, su homólogo francés, aprobaban la incorporación a la Alemania nazi de los Sudetes, una región en Checoslovaquia con minoría germanófona, que reclamaba su adhesión al Tercer Reich. Los "acuerdos de Munich", firmados el 30 de septiembre de 1938, cedían a Hitler esta región a cambio de una promesa de paz y de renunciar a nuevas exigencias territoriales, con el fin de evitar una nueva confrontación armada. Hitler mintió pues, a pesar de sus promesas, el 15 de marzo de 1939 la Wehrmacht invadía lo que quedaba de Checoslovaquia.
Antes de la agresión armada nazi a la vecina Polonia, la propaganda nazi estructuraba una agresiva campaña en los medios de comunicación para lograr el apoyo del público frente a una guerra que muy pocos ciudadanos alemanes deseaban. El discurso oficial exageraba las "atrocidades polacas" y aludía sin descanso a la "discriminación" y la "violencia" que sufrían los alemanes étnicos afincados en Polonia. Así, la propaganda nazi ocultaba a la ciudadanía las verdaderas intenciones del Fürher, que disfrazaba de acciones defensivas justas y necesarias su guerra racial, sus ambiciones expansionistas y sus intenciones colonizadoras que pretendían conseguir para los alemanes el deseado "lebensraum" (espacio vital), para su Reich de los mil años.
Así, el 31 de agosto de 1939, miembros de las SS disfrazados con uniformes del ejército polaco, "atacaron" una emisora de la radio alemana en Geliwitz. Este montaje, fue utilizado por Hitler como "casus belli" para justificar la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939, y dar comienzo a las acciones armadas de uno los peores desastres bélicos de la humanidad.
Nada más detestable que la desvergonzada retórica de los mentirosos.
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina