"Un hombre cuyo cerebro sea perfecto puede, a pesar de todo, ser estúpido": Paul Tabori
Más allá de nuestra mente racional; un paso adelante del aprendizaje, las aprehensiones
y las comprensiones; en un plano superior al de la mera capacidad para resolver problemas o almacenar conocimientos; ajena a cocientes o a mediciones intelectuales; de mayor importancia y trascendencia en nuestra interacción eficaz con el mundo circundante que los extensos (y no siempre útiles) archivos informáticos que depositan en el cerebro las habilidades cognitivas, se despliega una fuerza más humana y relacional, más vinculada con el sentido profundo de lo que somos, de lo que hacemos y lo que decimos: La inteligencia emocional. Esa parte funcional de nuestro ser que nos permite entender, reconocer y gestionar los sentimientos propios y los ajenos; ese autoconocimiento emocional, esa capacidad para controlar y regular las diversas (y a menudo explosivas) expresiones de nuestro ánimo, domeñar y canalizar (mediante la envoltura narrativa más apropiada y adaptativa) la fuerza de nuestros impulsos; ese cauce que nos permite enfocar nuestras pretensiones y emociones sobre el plano de la inmediatez; esa posibilidad de reconocerse en los demás a través de la empatía (dimensión en que entendemos la alteridad verdadera, sin el sesgo egoísta de las simpatías y las antipatías). Es en el marco de la inteligencia emocional donde se aprende del error, donde se logra la conciencia y la responsabilidad de uno mismo, donde se adquiere la tolerancia al señalamiento o a la crítica; es la región de la diversidad y los matices que otorgan a cada quien su lugar en el mundo.
Pero toda inteligencia supone su contraparte, su lado oscuro, el ámbito maligno de la imbecilidad emocional; ahí donde campean la inmadurez y la impaciencia, el narcisismo indómito, el desconocimiento egocéntrico de la empatía y de la "otredad". En esa esfera cerrada de los impulsos y la urgencia, no cabe el aplazamiento; todo obstáculo desatará la ira, la incomprensión, la descalificación, la manifestación sin filtro del enojo y del insulto. El idiota emocional transita sin cortapisas, ajeno a la comprensión del autocontrol y la mesura: eludirá responsabilidades transfiriendo culpas, enfrentará la realidad refugiándose en la mentira, doblará la apuesta de su insensatez o su imprudencia antes que asumir el peso de sus equivocaciones.
Sí, hablo de esa misma estupidez emocional, del lastre rupestre y cavernario, de la constitución paleta y cerril que ostenta como galardón nuestro inquilino de Palacio. ¿Puede haber expresión más genuina de animalidad visceral y desbocada que la respuesta de Obrador al Parlamento Europeo, que aprobó con 607 votos a favor y 2 en contra la resolución dirigida al gobierno de México en que condena las amenazas, el acoso y el asesinato de periodistas (ocho sólo en lo que va de este año) y defensores de los derechos humanos, al tiempo que recomienda a las autoridades que se abstengan de publicar cualquier comunicación que pueda estigmatizar a los periodistas?:
"Es lamentable que se sumen como borregos a la estrategia reaccionaria y golpista del grupo corrupto que se opone a la Cuarta Transformación [...]. Sepan diputados europeos que México ha dejado de ser tierra de conquista [...]. El Estado no viola los derechos humanos como sucedía en gobiernos anteriores, cuando ustedes, por cierto, guardaron silencio cómplice [...]. Para la próxima, infórmense y lean bien las resoluciones que les presentan antes de emitir su voto. Y no olviden que ya no somos colonia de nadie"
¿Puede haber mayor expresión de desnutrición encefálica y de vacuidad emocional, que desvirtuar las demandas genuinas del movimiento feminista en una gestión que contabilizó mil 6 feminicidios en el 2021 y 80 tan solo en febrero de este año?:
“Tenemos información de que se están preparando con marros, sopletes y bombas molotov, ¿de qué se trata? Ya eso no es defender a las mujeres, ni siquiera es feminismo, eso es una postura conservadora, reaccionaria, en contra nuestra, en contra de la política de transformación. Es una postura totalmente política”,
¡¡¡No se puede culpar al cerebro...hay quien se niega a utilizar lo que tiene!!!
Dr. Javier González Maciel
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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina