Pareciera que el tiempo se termina para el Presidente Enrique Peña Nieto si es que todavía quiere luchar por los ideales que lo llevaron a la Primera Magistratura, y tratar de definir ese país que describió y que tantas esperanzas nos hizo albergar a la mayor parte de los mexicanos.
No es lo mismo administrar lo poco que se ha logrado que mantener el ritmo de los cambios estructurales que requiere la nación. Hasta ahora las cosas no le han salido como pensaba, y no es que haya hecho una mala planeación de lo que sería su gobierno y la forma en que transformaría a la nación para hacerla exitosa, el problema es que nuestra lamentable realidad indica que nuestra política doméstica sigue siendo exitosa en función del fracaso de los demás.
Para decirlo de otra manera, para alcanzar el triunfo se tiene que aplastar a los adversarios, porque de lo contrario ellos se encargarán de construirte la derrota. Eso es lo que le ha venido ocurriendo al Presidente Enrique Peña Nieto, y repito, no es que haya hecho una Planeación equivocada, simplemente es que los adversarios han sido más astutos y osados que el y sus colaboradores. La carencia de vocación de poder del actual régimen ha sido evidente y manifiesta, y eso no quiere decir que se tengan que cometer excesos o que se endurezcan las acciones, simplemente es que no se ha querido aplicar la ley a cabalidad. Pero también hay que reconocer que hemos tenido fallas y que muchos de los principales funcionarios que acompañan al señor Peña en el gobierno no han sido lo eficiente que esperábamos.
Un ejemplo claro es que nunca entendimos que los precios del petróleo irían a la baja a causa de la sobre oferta y la sustitución del carburo por energías limpias producto del avance tecnológico. Pero también tenemos que considerar otros factores, y es que la maniobrabilidad del Presidente de la República depende en gran parte de que sus correligionarios puedan alcanzar, a través de sus alianzas tradicionales, la mayoría en la Cámara de Diputados. Si no se cuenta con dinero para programas específicos, el fracaso se puede presentar antes de lo esperado. Quizá ya no le corresponda a él capitalizar los beneficios, pero un estadista siempre ve hacia el futuro y no se estaciona en el presente lamentando el pasado.
Pero también hay que señalar que la mendicidad de las oposiciones nos ha llevado muchas veces al inmovilismo, pero siempre será mejor que los cambios trascendentales de una nación provengan del quehacer político y no de la violencia. El Presidente tiene que dar el último jalón, y eso significa que debe hablar personalmente con los gobernadores para instruirlos, y sobrepasar el circulo tan estrecho que le han construido sus amigos. Necesita enterarse de lo que ocurre de primera mano, y no esperar a que sus amigos le informen. De no hacerlo de esta forma, corremos el peligro de que a la vuelta de la esquina nos topemos con otra realidad. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.