José Ramón Amieva, titular de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, se ha despojado de atavismos y presuntas interpretaciones del término de
“”autonomía”, para proponer la creación de una policía universitaria si las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de México lo solicitan. Ahora el balón está en la cancha del Rector Enrique Graue, del Consejo Universitario y de la Junta de Gobierno, cuyos integrantes tienen la facultad de tomar decisiones y disposiciones para el mejor funcionamiento de la Institución.
Hasta ahora el fenómeno del porrismo estudiantil ha sido una forma de mantener el control para los grupos de interés y de poder que se organizan dentro de las instituciones de educación media y superior en los diversos campus. Pero también el término autonomía se ha utilizado de acuerdo a los intereses de los grupos dominantes que se estructuran entre funcionarios, maestros, estudiantes y sindicalistas, y que hasta ahora han sido los que mayormente mantienen los equilibrios y las decisiones consensuadas.
Pero también hay que decir que en la mayor parte de las ocasiones los operadores son esos masas amorfas identificadas por el mote de “porros”, generalización que también se presenta en los grupos organizados entre estudiantes, además de las sociedades de alumnos y las expresiones culturales que forman parte de esos mecanismos de control. Claro está que muchas veces los grupos externos se aprovechan de esta circunstancia, como es el caso de quienes tienen doce años en posesión del Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía.
Por eso es importante la propuesta de Jose Ramon Amieva, porque los distintos campus universitarios no pueden seguir funcionando dentro los márgenes de la ilegalidad y la extraterritorialidad que hasta ahora han evitado que entren los encargados del orden y la aplicación de la ley. Esta anomalía es la que ha propiciado que los campus se conviertan en santuarios no tan solo de las expresiones porriles, sino lugares de impunidad para traficantes, ladrones de autopartes, malandrines y vándalos.
Insisto, la autonomía universitaria no puede seguir ciento concebida como una forma de extraterritorialidad, y tiene que ser entendida regresando al espíritu de su creación: libertad de cátedra, libertad de organización, libertad de expresión, libertad en el manejo de los recursos económicos que entrega el Estado Mexicano para su manutención y sostenimiento, y todas las libertades posibles. Por cierto, Miguel León Portilla concibió a la UNAM como “una utopía realizada, el lugar donde florecen las ciencias, las humanidades, la creación artística y la difusión de la cultura”.
Que existan cuerpos de hombres y mujeres entrenados y preparados para mantener el orden y resguardar la seguridad de los educandos, maestros, trabajadores e instalaciones, pudiera ser esa nueva circunstancia que habríamos de convertir en una agradable utopía quienes hemos pasado por las aulas de la Universidad Nacional Autónoma de México. México necesita certezas, y José Ramón Amieva ha propuesto caminar por la misma senda, lo previsible es que todos hagamos algo para reconstruir a nuestra Alma Mater.
Al tiempo.
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