La fiesta que organizaron los responsables de conducir los gobiernos en la capital de la república, para recibir a los migrantes centroamericanos ha sido apoteósica.
Nunca antes tantos hombres y tantas mujeres fueron agasajados de esa manera tan festiva en este país, nunca antes los ahora alcaldes de la Ciudad de México tuvieron tanta generosidad, y el caso más emblemático fue sin lugar a dudas el de doña Layda Sansores, que llegó con mariachis y de paso aprovechó para mostrar y demostrar que no cuenta con ninguna de las llamadas dotes artísticas, y que bien pudiera ser la estrella muda de un vodevil.
Qué bueno que tengamos la oportunidad de mostrar solidaridad con nuestros hermanos en desgracia, pero qué malo que no tengamos la capacidad de reclamar a los responsables de esa pobreza que los obligó a migrar, es decir, a esos idiotas que tienen por gobernantes y que no han sabido o no han querido entender que la historia los registrará como los que condenaron a sus gobernados a abandonar a sus familiares, para ir en la búsqueda de comida y vestido para sus hijos en otros países.
No es un asunto menor lo que está ocurriendo y, por donde se le quiera ver, es una lamentable tragedia, y aunque tengamos mucha generosidad para conducir las enormes caravanas de hombres, mujeres y niños en desgracia, porque ese éxodo es una lamentable muestra de la incompetencia gubernamental, además de cuidarlos, alimentarlos y auxiliarlos, cuando de aliviar enfermedades se trate, no los dejaremos solos. Los mexicanos siempre hemos sido generosos con nuestros hermanos del continente, porque tenemos el mismo origen, y quizá compartamos el mismo destino.
Hasta ahí, todo bien, pero no hemos avizorado que ocurrirá cuando después de extenuantes jornadas de caminatas lleguen a la frontera y el gobierno encabezado por ese sujeto que los norteamericanos eligieron en el momento más decadente de su historia, y quien ha pretendido convertirse en el paladín de la raza aria, plante a la Guardia Nacional frente a ellos para evitar su entrada a territorio norteamericano. Ese será el momento en que tengamos que volver a socorrerlos y a buscarles cobijo, abrigo, comida, ropa, y manutención. Ese será el momento preciso en que se agudice la tragedia.
¿Qué vamos a hace con ellos? Ahí es donde tienen que comenzar nuestras verdaderas preocupaciones, porque no querrán dar marcha atrás hacia la desgracia porque huyeron de ella.
Y habrá solamente dos caminos, la deportación o la integración. Y cuando eso ocurra, todos aquellos que facilitaron su paso por los senderos de este país, y que los cuidaron y apoyaron, seguramente “escurrirán el bulto” cuando de asumir responsabilidades colectivas se trate otra vez, pero ahora para albergarlos y darles empleo.
La tarea que comenzó con el apoyo solidario del pueblo mexicano a los migrantes centroamericanos está en vías de convertirse ya no en tragedia, sino en un problema humanitario.
La única realidad es que Donald Trump no los dejará pisar suelo del hasta ahora país más poderoso del mundo, y quien tendrá que asumir los costos será este generoso país. Insisto, el problema se presentará cuando tengamos que otorgarles ocupación, albergue, ropa y sustento. Bien dicen por ahí que el muerto y el arrimado… Al tiempo.
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