Si algo me ha quedado claro a través de los años, es que Andrés Manuel López Obrador es un especialista
de la hipocresía, la manipulación y la mentira. Y no es que tenga ganas de abollar el poco prestigio que le queda a quien por ahora conduce los destinos del país, simplemente es una reafirmación de lo que pienso y siempre he pensado de ese hombre que pululó por años hablando mal de quienes condujeron el país. Y no hace falta ir muy lejos para constatar lo que hasta ahora he afirmado en cada una de mis colaboraciones periodísticas.
Después de que los mexicanos nos enteramos de las andanzas de sus hijos en la compra de pisos en la Colonia Condesa, de la Ciudad de México, de conocer el tipo de lujos que le permite la vida a uno de ellos que viaja en avión privado por todo el mundo, que toma vacaciones de Jeque en Dubai con su consorte de origen venezolano, y que además se permitió que su hijo naciera en el hospital más caro de Estados Unidos, el Presidente de la Republica prefirió quedarse callado, porque ninguno de ellos tiene un trabajo estable.
Mientras ellos se convirtieron en exitosos empresarios, porque aunque nunca han trabajado ahora detentan una fábrica de cerveza, el responsable de la conducción del país elimino uno de los proyectos más cercanos a los pobres, llamado Seguro Popular, con lo que condenó a muerte a miles de hombres y mujeres con insuficiencia renal que no cuentan con recursos suficientes para acceder a las diálisis y por consecuencia con la posibilidad de seguir con vida.
Para decirlo de otra manera, mientras los hijos se enriquecen haciendo negocios al amparo del poder, su padre organiza un genocidio oficial.
Hoy los mexicanos tenemos que preocuparnos por la posibilidad de que las garantías constitucionales pudieran ser motivo de una confrontación social de graves consecuencias, y en las que quienes saldríamos perdiendo seriamos quienes desde una tribuna pública hemos sostenido la crítica constante por los excesos no tan solo de las decisiones presidenciales, sino de los errores que le han costado muy caros a los mexicanos, que al final somos quienes ponemos el dinero para el sostenimiento del gobierno.
De prosperar una iniciativa que puntualizaría los límites de la libertad de expresión, en México retrocederíamos a niveles de represión que se dieron en la etapa conocida conocida como “El Huertísmo” con el traidor Victoriano Huerta. Y no es una circunstancia novedosa, porque hasta ahora el Presidente de la República ha venido recorriendo el mismo camino que los mandatarios populistas del cono sur del continente, particularmente Venezuela, donde Nicolas Maduro ha suprimido cualquier intento de ejercer la libertad de expresión como hasta ahora la hemos venido ejerciendo en este país.
Para decirlo de la forma más descarnada, quienes integran el círculo cercano del Presidente de la Republica, comenzando por Jesús Cuevas, han venido instrumentando y afinando una estrategia para evitar que los periodistas tengamos la libertad de mantener nuestro activismo a través de la prensa escrita, radiofónica, televisiva, y hasta por el internet, buscando que no existan brotes de inconformidad como los que están surgiendo todos los días.
Podrán callar a muchos, pero no lograran callarnos a todos. Así de sencillo. Al tiempo.
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