Sin lugar a dudas la pandemia del coronavirus ha sido un desastre en este país por el pésimo manejo de las condiciones de salubridad, la forma tan deleznable en que se abandonó a los ciudadanos a su suerte, y la manipulación de la información oficial y los desplantes presidenciales. La irresponsabilidad ha sido brutal y evidencia la carencia de ética de un gobierno al cual los ciudadanos le importamos un bledo, porque nos han mentido y nunca mantuvieron las condiciones sanitarias para ayudar a los infectados.
Para decirlo de otra manera, la cantaleta del “"no pasa nada, hay que abrazarnos” será el sello distintivo de la forma tan detestable en que nuestro mandatario aconsejaba a los ciudadanos, y la impericia de un vocero cuya ligereza en sus disertaciones diarias provocó daños irreparables en la salud pública. El hecho que sobre la marcha hayan tomado decisiones con una alta carga de torpeza e ignorancia de los efectos de una pandemia que el en resto del mundo se enfrentaba con el principal interés de orientar y ayudar a los ciudadanos a protegerse, ha mostrado el poco interés del actual régimen por sus gobernados.
Hoy estamos pagando las consecuencias de tanta ignorancia y falta de preparación de quienes encabezan las dependencias encargadas de vigilar y mantener la salud pública, porque aunque no nos guste, ahora formamos parte de la lista de esos países en que sus autoridades minimizaron la contingencia por no entender la gravedad de la misma después de lo ocurrido en China. Si bien es cierto que como sociedad no estábamos preparados para un fenómeno tan grave, lo previsible es que la estructura gubernamental debiera haber encabezado los esfuerzos para evitar tantas muertes.
Lo peor que ha podido pasarnos después de conocer la experiencia de otras naciones, es haber creído en las instrucciones de un gobierno carente de ética y responsabilidad al ministraremos información equivocada, pero sobre todo, la forma en que nos dimos cuenta que no estaba preparado para protegernos y ayudarnos simplemente porque poco le importó al Presidente de la Republica el destino de los mexicanos. Su tendencia a manejar de forma discrecional el dinero que aportamos para el sostenimiento del aparato burocrático del Estado y los programas de beneficio social, habla de la mendicidad de quién prefiere mantener su tendencia populista aunque ello signifique la muerte de infinidad de mexicanos.
La contradicción que ahora pesará sobre los mexicanos es la forma en que se nos aconseja reanudar nuestras labores cotidianas cuando el repunte de la pandemia aconseja un mayor cuidado. Y en esta circunstancia es donde se debió valorar el Seguro Popular que otorgaba protección a quienes menos tienen y que en la circunstancia actual hubiera evitado tantas muertes que se han provocado por la impericia y la carencia de ética de la esfera gubernamental, pero la necedad de quién nos gobierna es la peor pandemia que pudiéramos haber concebido.
La muerte de mil noventa y dos personas en un solo día es el principal indicativo de esa irresponsabilidad oficial al relajar las medidas de prevención. Pero mucho abona el comportamiento del Presidente de la República cuando se niega reiteradamente a observar las recomendaciones que su gobierno impone a los ciudadanos. Para decirlo de otra forma, de nos ser por la conciencia pública, el desastre hubiera sido mayúsculo, y lo que hemos entendido ahora es que los mexicanos tenemos que valernos por nuestros propios medios porque poco le importamos al Presidente de la Republica que juró valer y hacer valer la Constitución y las leyes que de ella emanan. La abjuración que en la práctica ha llevado a cabo, lo convierten en un felón, o para decirlo mejor, en un traidor. Así de simple. Al tiempo.
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