Sin lugar a dudas los mexicanos tenemos una de las peores administraciones que hayan
existido en materia de salud, y no se trata de abollarle el prestigio a la mal llamada Cuarta Transformación #4T, porque hasta ahora no ha dado muestra de tenerlo en lo que va del sexenio que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Pronto entendimos los mexicanos que las cosas no venían lo bien que se anunciaban en las campañas llenas de promesas y de esperanza que repartía a diestra y siniestra el ahora Mandatario por todo el país, lo que lo convirtió en uno de los encantadores de serpientes más avezados del populismo latinoamericano.
El campeón de la siembra de esperanza se ha convertido en el ilusionista más patético de cuantos gobernantes haya tenido este país, porque hasta ahora lo único que podemos decir es que desde el inicio del actual sexenio el señor Presidente de la Republica ha encabezado un verdadero desastre en la mayor parte de las áreas del quehacer público. Sus retrógradas ideas acerca del manejo de los recursos de todos los mexicanos obedecen a doctrinas que han tenido un brutal fracaso en otras latitudes por el engaño populista que ha implementado, y que han empobrecido aún más a las naciones del centro y sur del Continente.
El errático manejo de la pandemia del coronavirus lo ha posicionado como uno de los gobernantes más irresponsables del Mundo a causa de esa persistencia de minimizar los riesgos, y de pretender que los mexicanos asumamos que el ejercicio gubernamental ha sido exitoso cuando los resultados indican todo lo contrario. Ente el errático Mandatario y el encargado de la Voceria sobre los estragos que ha ocasionado el coronavirus, los mexicanos hemos sido testigos del brutal caos organizado por quienes debieran otorgarnos certezas y no desesperanza. Muchas muertes hubieran podido evitarse de no haber minimizado los posibles efectos de una enfermedad desconocida y letal, y de aconsejar desde el púlpito mañanero que nos abrazáramos, que no había nada que temer.
Lo más grosero que pudo haber mostrado el irresponsable mandatario fue sacar una estampilla religiosa a la que denominó “detente”, y decir públicamente que el coronavirus “"nos vino como anillo al dedo” para afianzar los propósitos de la Cuarta Transformación, burlándose de los muertos que ya teníamos enlistados. Después vendría su patético consejo de abrazarnos porque no pasaba nada. Siguiendo la misma tónica, el Subsecretario Hugo López Gatell anunció que no había razones para hacer pruebas masivas, y también hay que enfatizar que fue el mismo funcionario que negó medicinas para los niños con cáncer y se expresó de forma deleznable de los reclamos de los padres.
No estoy seguro, pero pareciera que la estupidez es el primer requisito para pertenecer a las más altas esferas del actual gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador. De ser así, los únicos culpables somos los mexicanos, porque hicimos Mandatario a un émulo de Hugo Chávez y tirano en ciernes. México es uno de los países en que muy pocas pruebas de Covid19 realizan las instituciones de salud, actitud que resulta explicable por la ignorancia supina de nuestro mandatario, o quizá por el poco aprecio que de la vida de los demás tiene, porque era quien nos aconsejaba abrazarnos y salir a restaurantes cuando comenzaba la etapa de mayor peligro.
Y hay que puntualizarlo con todas sus letras, esa circunstancia, además de los engaños de López Gatell, es algo que seguramente provocó muchos de los ciento diecisiete mil ciento tres casos confirmados acumulados, hasta el día de hoy, y la mayor parte de las trece mil seiscientos noventa y nueve muertes confirmadas. Se considera crímenes de lesa humanidad a los delitos atroces de carácter inhumano que forman parte de un ataque sistemático contra una población civil, cometidas para aplicar las políticas de un Estado o una organización. Para decirlo más claro, Andrés Manuel López Obrador debiera ser enjuiciado por crímenes de Lesa Humanidad en el Tribunal Internacional de La Haya. Al tiempo.
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