Por: Vladimir Galeana Solórzano
Dinero, dinero, dinero…
Vivimos en un país donde la corrupción ha sido vista todo el tiempo como algo normal. Quizá esa ha sido la particularidad más recurrente de este decadente sistema político que aún tiene vida y que parece pudiera seguir vigente hasta en tanto no exista un nuevo Congreso Constituyente que nos permita acceder a regímenes en los que la corrupción se castiga severamente, y los candados para la disposición de los recursos públicos son muchos y auditables en cada etapa de su implementación.
Para decirlo de otra manera, la mejor forma de hacer un capital de manera inmediata siempre ha sido participar en las estructuras gubernamentales. Y hay que señalar que el servicio público se ha caracterizado por eso, por ser la vía más fácil para el enriquecimiento ilícito y rápido de quienes aspiran al ejercicio político con esa única finalidad.
Hasta ahora no todos los casos han sido ventilados públicamente, y pocos fueron castigados con el rigor necesario para despertar temor en quienes tienen esa vocación. Pocos pueden decir que desempeñan un cargo público sin haber caído en la tentación de disponer de los caudales públicos en su provecho. Es más, me atrevo a señalar enfáticamente que aquel que pululó todo el tiempo por los rincones más recónditos del país haciendo campaña, y que ahora ocupa la Presidencia de la Republica, ha dispuesto de enormes capitales para mantener una campaña permanente durante más de doce años.
Y la explicación es sencilla, realizar mitines en cada población tiene un costo que no se puede mantener si no existen grandes cantidades para la logística, los traslados, alimentos, y hasta el pago a los liderazgos locales para que lleven a su gente a mitines y concentraciones. El primero que fue ventaneado públicamente fue René Bejarano, esposo de Dolores Padierna, quien se embolsaba las pacas de billetes que le entregó el empresario Carlos Ahumada porque no cabían en la caja en que se lo pretendía llevar.
Pero no ha sido tan solo ese lamentable episodio, porque en los altos cargos el manejo de dinero en efectivo ha sido la constante, incluida la caja chica que han utilizado los Presidentes de la Republica y los gobernadores. Esa es la costumbre y sigue vigente, aunque muchos no lo quieran aceptar por obvias razones. Pero también hay que decir que hay de robos a robos. En este mismo espacio he comentado el gasto suntuoso de Andrés Manuel Lopez Obrador recorriendo el país con el dinero que fue sustraído por Marcelo Ebrard durante la construcción de la Línea Doce del Metro, cuya proyección económica fue implementada por Mario Delgado, quien desempeñaba el cargo de Sectario de Finanzas del Gobierno de la Ciudad de México.
También asegure que el ahora Presidente gastaba cerca de diez millones de pesos por día, porque según los especialistas el hurto de la Línea Dorada fue por más de treinta y cuatro mil millones de pesos. Marcelo Ebrard terminó su encargo, y se ausentó seis años del país, regresando una vez que Andrés Manuel López Obrador fue declarado Presidente Electo. Hoy el cinismo vuelve a ser el mismo que existió en los regímenes pasados. Ahí están Manuel Bartlett, Rocío Nahle, Ricardo Monreal que no termina de explicar sus diecinueve casas y ranchos, y muchos otros más que han visto a la administración pública como la forma más fácil de enriquecerse de manera rápida.
Por cierto, los hijos presidenciales viajan en Jets privados a Dubai, con modelos por parejas, pagan hospitales caros en Estados Unidos para que nazcan sus hijos, pero además tienen fábricas de chocolates y cervezas cuyo portal no funciona y hasta ahora ni registro en Hacienda tienen. La corrupción está en todos lados, y hacer tratos con un corrupto para intentar denigrar y tratar de encarcelar a los gobernantes del pasado, también es corrupción. Lo de Pancho Domínguez debe ser castigado con todo el peso de la ley, pero también los corruptos de esta generación, incluido quien por ahora se dice el paladín de la pulcritud y que tiene un pasado manchado por la corrupción. No Nos hagamos tontos, todos son iguales por desgracia. Al tiempo.
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