Finalmente se hizo realidad el asalto que promovió Andrés Manuel López Obrador sobre las finanzas públicas que expresamente se habían destinado para los más de ciento diez fideicomisos con facultades precisas para beneficio de diversos sectores poblacionales,
y que funcionaban a través de innumerables formas de apoyo, ayuda médica, y sobre todo, solidaridad con finalidades sociales que se impusieron en la letra de la ley, y que permitió su edificación otorgando diversos grados de autonomía de decisión a los ciudadanos ahí representados.
De lo que se trataba era que tendrían que ser los propios ciudadanos quienes asumieran la responsabilidad de las decisiones, y sobre todo de la vigilancia de las acciones y el cuidado de los recursos públicos. Para decirlo más claro, este fue uno de los mejores intentos que capitalizó la sociedad civil para el ejercicio de esas facultades que anteriormente se centralizaban en diversas dependencias y que por su forma de operar los fondos resultaban inalcanzables para evitar el pérfido manoseo político que tanto acostumbran nuestros conspicuos hombres y mujeres dedicados a las tareas públicas.
De un solo manotazo el Presidente Andrés Manuel López Obrador se apoderó de más de sesenta y ocho mil millones de presos de los mexicanos, que estaban destinados a la operación de ciento nueve fideicomisos de diversa índole y cuya finalidad insisto, era vigilada por los propios ciudadanos que participaban en los Consejos de Administración. Hoy la participación expresa de los ciudadanos ha quedado reducida a la observación del manejo discrecional del presupuesto público, porque ya no habrá freno ni rendición de cuentas.
Desde su conformación los fideicomisos habían venido funcionando de forma eficiente, pero como ha sido la tónica de este gobierno de concentrar no tan solo el poder, sino los recursos públicos en la figura del Presidente, quien pronto tomo la decisión de que los fondos sean reasignados al sector salud, para atender la pandemia del coronavirus, que hasta ahora se ha significado como uno de sus mayores fracasos, y lo seguirá siendo porque la realidad indica que quien dispondrá discrecionalmente de ese presupuesto seguirá siendo el inquilino de Palacio Nacional, porque en los hechos estamos viviendo la nueva realidad de un sistema centralista de gobierno.
El Federalismo ha sido borrado del mapa político y administrativo del país. Y habrá que decir que la estrategia forma parte de esa mendicidad personal de un Presidente cuya mayor aspiración es la concentración del poder para capitalizar su proyecto de establecer una dictadura populista en el país para unirse al bloque centro y sudamericano de dictadores que en los últimos treinta años se han dedicado a destruir cualquier expresión social, y confinar a los ciudadanos a la pobreza como proyecto de gobierno para que todos tengan que depender de las dádivas institucionales.
En el poco tiempo que lleva Andrés Manuel López Obrador como Presidente de la Republica, se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. Y lo señalo porque su visión es que el dinero de los mexicanos le pertenece simplemente porque ellos lo eligieron para que diseñara el nuevo destino, que no es otro que sumarse al bloque de dictadores populistas en el hemisferio. De ahí su disposición discrecional de los caudales públicos como una forma de consumar su pretendida dictadura. Es más, el Movimiento de Regeneración Nacional no tardará en proponer y aprobar la reelección presidencial y la concentración de facultades antes de la elección intermedia. Al tiempo.
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