Andrés Manuel López Obrador es un hombre que acumula un tremendo odio irracional sobre el pasado de este país. Y no le gusta por la simple y sencilla razón de que abomina el triunfo de los demás, pero sobre todo, el nivel de preparación que sus antecesores tuvieron en su paso por la Academia.
Quizá lo que pretende esconder es una serie de complejos que lo acompañaran toda su vida, ya que si de algo podemos hacer referencia cierta es de sus fracasos académicos, y el desastre en que se vio involucrado para terminar su carrera en la Facultad de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Fueron catorce años los que estuvo matriculado, es decir que en ese lapso pudo haber cursado al menos tres Carreras, o bien tres o cuatro Doctorados. Pero resulta que el indolente estudiante tenía otros planes, porque el éxito académico le resultaba muy alto, y se la llevó con mucha tranquilidad y parsimonia para ir acreditando materias hasta concluir el programa. Claro está que muchos mexicanos también cayeron en la misma circunstancia, pero ninguno de ellos detenta un cargo público de tanta importancia como para destruir un país a causa de la infinita estupidez de su pésima preparación.
Quizá esa parte de su vida haya sido la que le provocó esa acumulación de odios que durante toda su vida pública ha mostrado y demostrado. No sé si algunos de nuestros conspicuos académicos hayan realizado una valoración real de sus conocimientos a la hora de examinarlo, porque hasta ahora lo único que ha mostrado es una sagacidad superior a las de sus adeptos, pero por desgracia mantiene en vilo al país a causa de sus desatinos y carencia de preparación para entender las dificultades que entraña la toma de decisiones que afectan a más de ciento veinte millones de mexicanos.
Hasta ahora el saldo indica que la destrucción del entramado institucional tendrá un brutal efecto negativo en los mexicanos, y quizá de eso se trate, porque si de algo podemos acusar a los gobiernos populistas del hemisferio es de haber sembrado el empobrecimiento total en los países que gobiernan. México no será la excepción, y lo único que nos defenderá en los momentos más agresivos del gobierno actual, será la circunstancia de que los estados son libres y soberanos en su régimen interior, y la valentía de muchos de sus gobernantes que hasta ahora han tratado de poner freno a los excesos dictatoriales del egocéntrico inquilino de Palacio Nacional.
Si de algo puedo tener la seguridad, es que el señor López Obrador ha pernoctado muchas veces en la recámara que en su tiempo ocupara el Prócer Don Benito Juárez García, el Benemérito de las Américas. Y lo digo responsablemente porque ese egocentrismo del que hace gala todos los días seguramente lo ha llevado a pensar que su actual pequeñez es similar a la grandeza del hombre de San Pablo Guelatao. Pero también hay que señalar que la diferencia es abismal, pues mientras el oaxaqueño rescato al país de las garras del invasor, el tabasqueño entrega la patria a un proyecto que han mantenido los más grandes sátrapas de este continente.
De no haber una reacción de la mayor parte de los mexicanos durante la celebración de la elección intermedia, el caos será la consecuencia. La historia enseña, y hasta ahora todos los países populistas del Continente se asemejan en una lamentable circunstancia: la pobreza y la miseria. En lo personal no quiero que ese Modelo se repita en esta patria que la mayor parte de los mexicanos amamos y que no la observamos cómo lo hace Andrés Manuel Lopez Obrador, como un instrumento para saciar sus más recónditos odios y sus profundas ansias de poder. El destructor de la Patria se encarna en Andrés Manuel López Obrador, y la historia lo recodara al lado de Antonio Severino de Padua López de Santa Anna. Al tiempo.
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en periodismo.