Definitivamente no hay buenas noticias para los mexicanos. El Gobierno de la Cuarta Transformación ha dejado de ser la esperanza de las clases desprotegidas del país que esperaban que hubiera una estrategia de reivindicación social que les permitiera abandonar esa lamentable postración que han padecido durante mucho tiempo,
pero sobre todo, que se cumplieron las expectativas ofrecidas durante años en el sentido de que el cambio llegaría con quien todo lo ofrecía de manera simplista y que hasta ahora lo único que ha sembrado es incertidumbre y decepción.
Para decirlo más claro, la desesperanza comienza a presentarse en todos los rincones del país, y lo peor es que al propio Presidente de la República se le nota enfadado, y en ocasiones hastiado. Quizá la carga es mucha porque los problemas se han acumulado, pero el hombre que tenía todas las respuestas y todas las soluciones ha comenzado a mostrar ese cariz autoritario que muchos le criticaron y ahora se esmera en mostrarse como el único que puede tomar decisiones y decidir el diseño del rumbo de más de ciento veinte millones de mexicanos.
Las críticas a su gobierno se están multiplicando exponencialmente, y parece no darse cuenta que la decepción comienza a mostrarse en el ánimo de los ciudadanos que concibieron que el país requería un cambio sustancial y que apostaron a que él mismo lo encabezara otorgándole su voto para alcanzar su más preciado anhelo: dirigir el destino de los mexicanos. El problema es que la lista de mentiras que ha vertido en dos años supera con mucho el número de treinta mil, y eso quiere decir que no ha logrado entender que ya no es el activista que recorrió el país señalando los errores de gobiernos anteriores, y que ahora es el responsable del destino de los mexicanos.
Pero eso es lo que menos le ha preocupado, porque la finalidad es el establecimiento de un modelo distinto de gobierno que solamente depende del humor con que se levante. Las conferencias mañaneras ya no forman parte de su estrategia de comunicación con los mexicanos, porque se han convertido en los lamentos de la ineficiencia gubernamental, y el púlpito desde donde se acusa a los demás de pretender dinamitar el ficticio éxito de un gobierno que no tiene pies ni cabeza, y muchos menos obedece a una estrategia de desarrollo económico para paliar los agobios de todos los mexicanos.
Aquel que resolvería los problemas con su llegada al poder, apenas está entendiendo que no es lo mismo prometer que cumplir, pero la principal causa de su fracaso es ese voluntarismo que lo ha acompañado siempre sin escuchar a los demás, porque se acostumbró a imponer sus concepciones durante su peregrinar por todos los rincones del país, y lo más grave, es que sigue sin entender que una cosa es el activismo y otra administrar exitosamente un esquema de gobierno manteniendo la disciplina en el cumplimento de metas y programas propios.
En dos años que lleva el futuro es incierto, porque ha impuesto su voluntad y su concepción de bienestar en programas asistenciales que en nada ayudan a las clases menesterosas porque ha detenido la inversión gubernamental que apoyaba a proyectos de desarrollo para complementaria la inversión privada generadora de empleos. De ahí los pírricos resultados obtenidos en materia económica que mostró un retroceso brutal y encienden las señales de alarma de una posible catástrofe ocupacional. Insisto, definitivamente no hay buenas noticias. Dos años le han bastado al señor López Obrador para destruir lo que tanto esfuerzo ha costado a los mexicanos construir. El caos será la consecuencia. Al tiempo.
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en periodismo.