Acudiendo a la Academia Mexicana de la Lengua y de acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, el vocablo Fifí remite a la “persona presumida que se ocupa de seguir las modas”. En la nueva edición del vocablo de mexicanismos, de la misma Academia Mexicana de la Lengua consigna esta voz
como la persona elegante distinguida y presumida. En otros sitios se le define como ““el acicalado que anda a la moda”, y se explica que el fonema es de origen francés.
En un régimen de libertades como el que nos hemos dado los mexicanos a través de muchas luchas y movimientos sociales, hemos recogido diversas connotaciones de los fonemas que no son otra cosa que la descripción teórica de los sonidos de la lengua, y que adaptamos de forma inconsciente en el imaginario popular para referirnos a alguien o algo, como ha sido el caso de “peje”, que no es otra cosa más que la contracción de la connotación de Pejelagarto, que fue el primer apodo que el “populacho” le endilgó a quien por ahora detenta la Presidencia de la República.
Quizá este tipo de connotaciones fue lo que le provocaron las ganas de utilizar un epíteto como “fifi” para definir a esa clase de mexicanos que por su cualidad pensante, por sus ganas de alcanzar mejores condiciones de vida, y por su preparación académica, no dependen de sus dádivas y por consecuencia tienen la capacidad suficiente para analizar las condiciones en que el proyecto presidencial lo único que está generando es el empobrecimiento de muchos sectores sociales que antaño fueron el motor de la economía del país.
Quizá en su interior el Presidente piensa que las clases medias son su mayor enemigo porque no asumen sus principales funciones como un gobierno cercano a la gente, por el contrario, su modelo aspiracional es distinto al modelo de empobrecimiento generalizado para mantener como rehenes electorales a los sectores desprotegidos de la población. Efectivamente no somos iguales, como él mismo lo ha establecido, porque quienes hemos hecho del esfuerzo nuestra forma de vida, y manteniéndonos dentro del respeto a las leyes, esas que el señor Presidente de la República detesta, nos diferenciamos de los aventureros del poder, como lo ha sido él durante toda su vida.
Si algo nos queda claro a los mexicanos es que su forma de dividirnos conlleva la deleznable intención de seguir dividiéndonos pensando que el adagio popular de ““divide y vencerás” se convertirá en una lamentable realidad, pero lo que no ha tomado en cuenta es que el mexicano promedio cuenta con una preparación académica y una intuición natural que lo convierte en un áspero enemigo de los excesos del poder, como hasta ahora ha sido la principal vocación de Andrés Manuel López Obrador.
Quienes integramos esa clase media que tanto desprecia, somos los responsables de evitar que sus delirios de grandeza terminen por descarrilar a esa sociedad que tanto tiempo hemos construido y que hasta ahora se ha mantenido unida para enfrentar los avatares propios de los ambiciosos del poder y del dinero. Por cierto, el mismo Andres Manuel López Obrador ha convertido en fifis a sus hijos, porque hasta ahora detentan una enorme riqueza sin que alguno de ellos haya trabajado, y esa circunstancia lo convierte en el propio enemigo de sus hijos, porque su herencia será el epíteto. Al tiempo.
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en el periodismo.