Hay una pregunta que todos los mexicanos tendríamos que hacernos: ¿Cuál es la lealtad para este país por todos aquellos que aspiran a alcanzar
la Presidencia de la República? Y vaya que es difícil contestar un cuestionamiento de este tipo, pero tendremos que hacerlo todos los mexicanos después del desastre de gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, que hasta ahora está empeñado en convertirse en el peor de los mandatarios de la historia de este país, y lo va a lograr en el corto plazo.
Los desatinos son constantes, las ocurrencias, el pan nuestro de todos los días, la soberbia campea en la mayor parte de los integrantes de la plana mayor de la Cuarta Transformación, que hasta ahora se vislumbra como un fracaso total y por desgracia en lugar de avanzar nos está conduciendo a una brutal regresión como las que vivimos cuando en el partido dominante se gobernaba con ideas del momento, y siempre exitoso en la generación de nuevos ricos y resultados magros en el avance del combate a la pobreza.
Muchas veces, quienes emitimos opiniones, señalamos que la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder, sería un antes y un después, y nuestra lamentable realidad lo está corroborando. La arcaica forma de pensar del Presidente de la República es lo peor que le pudo pasar a los mexicanos y al país, y pareciera que se quedó estacionado en la política de los años ochenta, cuando comenzó su periplo por todo el territorio nacional intentando alcanzar el poder que se le negó varias veces, y que lamentablemente para la mayor parte de los mexicanos se ha convertido en una tragedia.
Nunca cejo en su propósito, y pareciera que su empecinamiento fue el principal factor para alcanzar ese poder que está desperdiciando porque sigue empecinado en su estrategia de seguir haciendo proselitismo en lugar de gobernar. Por desgracia, él sigue creyendo que sus ocurrencias mañaneras tienen que convertirse en doctrina y mecanismos de operación política y social, lo que habla de su megalomanía, que no es otra cosa que un trastorno de la personalidad caracterizado en sus delirios de grandeza.
Cuando un Presidente quiere y necesita una serie de lealtades de manera incondicional, esa megalomanía se traduce en ideas de grandeza, de manera que puede mentir, manipular o exagerar algunos escenarios con el fin de conseguir sus principales objetivos. Es una desgracia que este trastorno que presenta el Presidente de la República, de acuerdo a los especialistas, que han opinado sobre el tema, y que son muchos, la tengamos que soportar los más de ciento veinte millones de hombres y mujeres que habitamos este aún maravilloso país.
La pregunta que tenemos que hacernos como sociedad y como mexicanos es: ¿dónde está la lealtad a México? Porque hasta ahora el Presidente de la República solamente la tiene con su proyecto de gobierno y con sus incondicionales que todos los días siguen destruyendo lo que tanto tiempo y esfuerzo nos costó a los mexicanos. Pero como dicen por ahí, “no hay mal que por bien no venga, ni plazo que no se cumpla”. Restan menos de dos años, y ese será el tiempo máximo para quienes aspiran a contender por la Presidencia de la República. Ojalá surjan verdaderos líderes que tanto le hacen falta a este país. Al tiempo.
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