Tomas Jefferson escribió alguna vez que “No hay un rey que, teniendo fuerza suficiente, no esté siempre dispuesto a convertirse en absoluto”.
Para decirlo mejor, el absolutismo es la denominación de un régimen político, una parte de un periodo histórico, una ideología o un sistema político, propios del llamado antiguo régimen, y caracterizados por la pretensión de que el poder político del gobernante no estuviera sujeto a ninguna limitación institucional, fuera de la Ley Divina. Es un poder único desde el punto de vista formal, indivisible, inalienable e intrascendente.
El absolutismo es un régimen político que se caracteriza por la reunión de todos los poderes en una sola persona. La principal característica del absolutismo era que el poder policiaco del gobernante era absoluto, es decir, no estaba sometido a ningún tipo de limitación institucional, fuera de la propia ley divina, y todos sus actos eran justificables porque buscaban siempre el bien común. Y hasta ahora esa peculiaridad es la que ha mostrado Andrés Manuel López Obrador al frente del Gobierno de la República.
Pero también hay que señalar que durante la etapa del absolutismo se incrementó considerablemente la desigualdad y las decadencias de las clases desprotegidas. Porque los privilegios estaban dirigidos para los nobles y los clérigos, cuyos derechos eran superiores a los de las mayorías, sin importar las condiciones de vida del resto. Para decirlo más claro, y como siempre ocurre, los pobres están destinados a ser los sirvientes de quienes dirigen las acciones de gobierno y los encumbrados tanto por su riqueza como su participación en las esferas del poder.
Por desgracia, en este país estamos viviendo una etapa similar al del absolutismo que se pusiera en boga del siglo dieciséis al siglo dieciocho, cuando comienza el inicio de la era moderna, porque se sientan las bases filosóficas y teóricas que niegan el feudalismo medieval para dar paso al estado absolutista, donde el rey ejerce el poder absoluto como ahora lo protagoniza Andrés Manuel López Obrador, quien hasta ahora se ha distinguido por la enorme concentración de poder que ha logrado sin que existan por el momento contrapesos a su omnímodo poder.
¿Y como hemos llegado a esta circunstancia? Simplemente, porque ante el hastío de una de las etapas más negras de la corrupción gubernamental, los mexicanos decidimos cambiar nuestro destino pensando que aquel que tanto proclamaba y pregonara la austeridad republicana convertiría a este país en una nación más justa y más equitativa como ha sido la aspiración principal de los mexicanos de todos los rincones de este aún maravilloso país. Y por desgracia nos volvimos a equivocar como lo hemos hecho muchas veces.
Hoy, ese absolutismo le está haciendo un brutal daño a este país y a sus habitantes, porque hasta ahora no existen contrapesos que puedan al menos alcanzar a impedir que la degradación de nuestra vida siga cuesta abajo y alcance niveles de miseria, porque esa es la principal ambición de quien detenta el poder para someternos a sus designios aunque en solamente nos vaya la viabilidad de las generaciones futuras. Andrés Manuel López Obrador resultó mucho más hábil que todos los políticos juntos de este país, pero lo peor es que con esa vocación que tiene de concentrar el poder, al poco tiempo estará dispuesto a asumir su verdadero papel, que no es otra cosa que convertirse en un tirano como todos los populistas del Continente Americano. Pobre destino si no alcanzamos a reaccionar. Al tiempo.
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Lic. En Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por el Instituto Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con 50 años de experiencia en diversos medios de comunicación.