Muchas cosas ocurren en Palacio Nacional que hasta ahora muy poco sabemos los mexicanos por esa tónica de
ocultar las cosas que tiene y mantiene el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien hasta ahora ha sido el Mandatario más obscuro de los últimos cincuenta años. Para decirlo más claro, las mañas que ahora detenta y que utiliza para engañar a los incautos y a los mexicanos son producto de ese pasado en el que se formó, y pese a que ahora trina contra los de antes, él sigue viviendo de esas formas en las que aprendió las artes del engaño.
Si en algo se parecen Andres Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto, es que ambos han contratado empresas fantasmas que llegan, hacen lo que les encargan, y desaparecen del escenario. Y no es que les guste a los dueños de dichas empresas desaparecer simplemente porque así se los piden o solicitan, porque de lo que se trata es de ganar dinero al Amparo del poder y desaparecer para no dejar rastros de los jugosos negocios que se realizan con la venia presidencial.
Lo hicieron sus antecesores, y lo sigue haciendo el mismo, aunque de manera más evidente por su empecinamiento de pensar que los mexicanos nos tragamos todas sus mentiras, o que ya nos acostumbramos a ello y dejamos de enojarnos porque así funciona el sistema. En los tiempos de la Cuarta Transformación y el gobierno de la “esperanza”, los mexicanos hemos constatado que, hasta ahora el cinismo de los funcionarios públicos por alcanzar esas riquezas mal habidas, son capaces de mucho más que los antecesores.
Empresas que en el pasado reciente tuvieron un gran florecimiento y mucho trabajo, siguen teniendo esas características porque bien dicen por ahí que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, y habrá que señalar que Andrés Manuel López Obrador sigue siendo un diablo al que le gustan los negocios, como lo ha mostrado y demostrado toda su vida. Para decirlo más claro, ya nadie se traga la estratagema de que él no es corrupto después de observar durante mucho tiempo la corrupta vocación que tienen sus vástagos.
Lo peor de todo es que la voracidad de este gobierno encabezado por el líder máximo de la Cuarta Transformación no es igual al de los anteriores, porque éste ha salido más corrupto porque ni siquiera cuidan las formas como los gobiernos anteriores que al menos tenían un poco más de pudor que el inquilino de Palacio. ““Que no me vengan a decir que la ley es la ley”, y eso bastó para que ese descomunal descaro que ha mantenido toda su vida se impusiera a cualquier reclamo por sus corruptos deslices en los que desde luego se incluyen sus hijos y sus más cercanos colaboradores.
Por desgracia las cosas en este país no han mejorado en materia de corrupción, pero el cinismo de la familia presidencial no tiene punto de comparación, y hasta ahora los hijos del inquilino de Palacio Nacional llevan un récord inigualable que los anteriores gobernantes ni siquiera pensaban alcanzar. Pobre país, pobres mexicanos a los que nos roban con un brutal cinismo sin que siquiera tengamos la posibilidad de aplicar la ley. Aquella frase de que ““no me vengan a decir que la ley es la ley”, pinta en toda su dimensión al actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. Al tiempo.
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Lic. en Derecho por la UNAM. Lic. En Periodismo por la Carlos Septien. Conferencista. Experto en Procesos de Comunicación. Expresidente de la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Televisión, Miembro del Consejo Nacional de Honor ANPERT, con cincuenta años de experiencia en diversos medios de comunicación.