Caracterizado esencialmente por la ordenación política y jurídica de la sociedad, el Estado constituye el régimen de asociación humana más amplio y complejo de cuantos ha conocido la historia del hombre.
Es el último eslabón de una larga cadena de las formas organizativas de la sociedad creadas por su instinto gregario y representa la primera forma propiamente política de asociación, puesto que tiene un poder institucionalizado que tiende a volverse impersonal. Para algunos tratadistas el Estado es un concepto político que se refiere a una forma de organización social soberana y coercitiva, formada por un conjunto de instituciones involuntarias, que tiene el poder de regular la vida nacional en un territorio determinado. De cualquier forma el Estado resulta indisoluble con la noción del derecho, que es un conjunto de normas coactivas que regulan conductas humanas.
México ha venido padeciendo en los últimos meses muchas expresiones organizativas que por la naturaleza de su origen se han apartado de la legalidad. Otras surgieron dentro del marco legal pero han optado por la insurgencia por conveniencia política para retar a las instituciones a causa de los intereses de sus principales miembros. Sea cual fuere el caso, lo cierto es que muchos de los grupos que han estado antagonizando al Estado responden a intereses muy definidos y muy identificados, pero pareciera que los encargados de la aplicación de la ley poco aprecio tienen por las instituciones que representan, o no están lo suficientemente formados para la toma de decisiones en favor de las mayorías.
En un esquema de seguridad nacional lo que se tiene que hacer es privilegiar el derecho de las mayorías escuchando siempre a las minorías, pero en el caso que nos ocupa son las minorías las que han mantenido arrinconado al Estado en los últimos meses y como rehén a las mayorías. Independientemente del surgimiento de las guardias comunitarias que ahora retan a las instituciones policiales y al propio Ejército Nacional Mexicano, la beligerancia de los maestros aglutinados en la Sección XXII de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación ha mostrado la debilidad de quienes han sido elegidos para velar por los intereses de una sociedad cada vez más agobiada por los excesos criminales de los mentores.
Miguel Ángel Mancera abdicó de su responsabilidad de velar por los ciudadanos y cedió a las presiones de las corrientes internas del partido que lo llevó a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, para no criminalizar a los desestabilizadores que se han apoderado de todos los espacios públicos del Centro Histórico, a los que muy poco les ha importado que sea patrimonio de la humanidad. Pero también han retado al Estado Mexicano asaltando oficinas públicas y tomando instalaciones federales sin que el Presidente Peña se decida a imponer el orden ante la inutilidad de un gobernante que pensó que su popularidad le daba para administrar con éxito la Capital del país. Para decirlo de otra forma, tanto Mancera como Peña representan a ese Estado al que retan los maestros disidentes, y si el primero no sabe gobernar, como lo ha demostrado, el segundo tiene que fajarse doblemente los pantalones para imponer esa ley que los maestros pisotean. Mancera no pudo, ¿Podrá Peña? Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.