La tónica de los últimos años es que la edad de quienes llegan a cargos de alta responsabilidad ha venido decreciendo, con lo que aquellos tiempos en que para alcanzar la candidatura presidencial se tenía que recorrer la milla en cargos públicos para ir recorriendo el escalafón, han quedado atrás. En los años setenta del siglo pasado los políticos planeaban su carrera pública alcanzando una dirección general por ahí de los treinta años, la oficialía mayor a los treinta y cinco, la subsecretaría entre los cuarenta y los cuarenta y cinco, la titularidad de una secretaría entre los cincuenta y cincuenta y cinco, y la Presidencia de la República al filo de los sesenta años. Por eso los altos funcionarios llegaban con una gran escuela y una experiencia de muchos años.
Carlos Salinas de Gortari fue candidato a la Presidencia de la República antes de cumplir los cuarenta años, y eso altero considerablemente el calendario de la política en nuestro país y provocó que muchos jóvenes que se consideraban políticos prometedores se quedaran en el camino ante la avalancha de inexpertos tecnócratas que los rebasaron por el simple hecho de pertenecer a esa generación emergente que arribó al poder alterando el costumbrismo político. La clase política tradicional fue echada del poder, y al termino del sexenio salinista, volvió con mayores bríos, por lo que aquellos que se quedaron en el camino volvieron a quedarse en el mismo lugar.
A partir de ahí se abarató la política porque ahora cualquier inexperto muchacho llega a cargos de alta responsabilidad o a los congresos sin saber la o por lo redondo. Las familias del poder envían a sus hijos y la política se ha vuelto más selectiva, más corrupta, más complaciente, y más perniciosa. El cinismo se ha hecho escuela y la ineficiencia se oculta con el discurso y la dádiva, quizá como antaño, pero sin los resultados de antaño. Pareciera que ahora las pandillas de facinerosos decidieron convertirse en políticos y formar parte del crimen organizado oficial. Los tricolores decidieron arropar a un perredista en Cuajimalpa, y no por haber cambiado de bando cambió principios. Ruvalcaba sigue siendo igual de pillo como tricolor que como fue siendo perredista.
En Coyoacán el crimen organizado está liderado por Mauricio Toledo, un imberbe sujeto cuya mayor ambición es adquirir notoriedad, aunque para ello tenga que invertir enormes cantidades de dinero para halagar a una mujer del medio artístico. Toledo tiene al cinismo por identidad, y ahora pretende que los habitantes de la sureña demarcación se sujeten a sus dictados. De pronto se le ocurrió que podría hacerse de unos pesos, como lo ha venido haciendo todos los días, metiendo parquímetros en la parte céntrica de Coyoacán, pero además de la ocurrencia supuso que podía imponer su soberana voluntad por encima de aquellos de quienes piensa que están dispuestos a aguantar sus decisiones. Lo que nunca ha entendido es que la gente lo aborrece por corrupto, por autoritario y por grosero. Por eso lo mandaron por un tubo y lo seguirán haciendo. No creo que en lo que le queda para que se vaya encuentre otra chamba mejor, por lo que tratará de seguir robando porque es lo único que le enseñaron en su partido y que aprendió bien. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.