Qué irracional, digo, cada vez que pienso en el muro del señor Donald Trump. ¿El muro? ¿Quién lo planteó supongo que seriamente como una promesa de campaña para alcanzar la Casa Blanca? ¿O quienes aplaudieron prácticamente al unísono
la iniciativa del republicano, hoy presidente de Estados Unidos?
Es de locos, podríamos resumir sobre la propuesta trumpiana. ¿Alguien se imagina un muro de más de tres mil kilómetros? Es una barbaridad podría reaccionar cualquier ser humano mínimamente pensante. Y tendría razón, brotaría cualquiera que se imaginara lo que el señor Trump piensa hacer en la frontera entre su país y México, ambos países entrelazados necesariamente por la geografía, pero tan distantes como describió en aquel libro al respecto Alan Riding.
¿Para qué una frontera artificial de más de tres mil kilómetros entre países que mutuamente se necesitan? Qué irracional, es el adjetivo mínimo obligado. Francamente no hay manera de romper un vínculo que nos llega de siglos y que tiene tantas imbricaciones en las vidas de millones de personas.
Sobre la presunta irracionalidad de Trump que podría pensarse hoy casi tres meses después de su ascenso a la Casa Blanca, mejor ni abundar. Sólo a un personaje con las características der Trump pudo habérsele ocurrido la estúpida idea de que erigir un enorme muro en la frontera de ambos países resolvería los problemas de una de las partes Estoy seguro de que el muro sólo agravará los problemas prexistentes y generará otros, quien sabe si no peores de los que hoy existen en la zona.
Pero déjenme apuntar algo que francamente rebasa cualquier parámetro de racionalidad. Todos aquellos que aplaudieron, respaldaron y están a la expectativa de que se erija el muro, resultan peores que Trump. Creen en el muro como una solución a los problemas de la zona y aún del país. Imagine por un momento si la propuesta trumpíana hubiera sido recibida con una sonora rechifla o una frase de esas que se estilan en los estadios mexicanos de futbol. Pero no. La iniciativa de Trump fue acogida con entusiasmo sin par.
Esto último y no Trump en un alto grado como se pretende hacer ver debería ser mucho más preocupante para todos.
Adolf Hitler, por ejemplo, no predicó en el desierto. Tampoco Trump. En todo caso se trata de figuras que supieron interpretar a la perfección el sentimiento mayoritario de la poblaciopn en un momento determinado.
Y sin embargo, se elude el punto. Es mucho más fácil después de todo culpar a un hombre como Trump de semejante estupidez, que a un segmento muy amplio de la población.
¿Hasta cuándo? Seguimos atribuyendo los fenómenos a personajes, ilustrados o no, y con ello incurrimos en un grave error
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