En abril de hace cinco años, el entonces candidato priista a la presidencia de México, Enrique Peña Nieto, alertaba que el país estaba “sobrediagnosticado” y se comprometía a por lo menos “triplicar” el crecimiento económico nacional, que entonces se ubicaba
en un 1,7 por ciento anual del Producto Interno Bruto (PIB).
Paradojas del destino, cinco años más tarde y con Peña Nieto como presidente, la economía de México sigue estacionada en una previsión de crecimiento de 1,7 por ciento, conforme el diagnóstico más reciente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
De hecho, el organismo prevé una tasa de crecimiento mexicano de 2,00 por ciento, ligeramente por encima del previsto para dentro de siete meses.
El FMI dice sin embargo que ambas tasas de previsión económica evidencian un debilitamiento de la economía del país comparado con el bienio anterior.
Añade que las previsiones actuales se encuentran 1.2 puntos porcentuales debajo de las que tenía para México en 2015, en buena parte como resultado de las condiciones financieras menos favorables y la mayor incertidumbre sobre las relaciones comerciales con Estados Unidos, sujetas a la presión del gobierno del presidente Donald Trump, que recién hace unos días ha ratificado su decisión de construir el muro en la frontera mexicano-estadunidense con cargo al erario mexicano y de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlacan).
En consecuencia, 2017 podría ser de nueva cuenta un año negativo o al menos insatisfactorio para la economía mexicana, que hace décadas sigue entrampada en tasas de crecimiento precarias y en consecuencia absolutamente insuficientes para cumplir dos objetivos: recortar la brecha laboral entre el pasado reciente y satisfacer la nueva demanda.
¿Qué hacer? Las once reformas estructurales impulsadas por el gobierno de Peña Nieto parecen lejos todavía de aportar el uno por ciento del PIB que se esperaba darían al país una vez instrumentadas. Si acaso, aportarán la mitad de la promesa presidencial.
Así que si al menos no fracasada, la promesa de frutos sustantivos de la reforma peñista permanecerá sujeta a una enorme interrogante en los meses por venir. Sería deseable pro supuesto que cayeran y pronto los beneficios prometidos de esas reformas. Para el país sería vital.
¿Será? Es una más de las interrogantes cuando el calendario electoral avanza con una rapidez que podría pensarse conspira contra los mayores intereses nacionales y de la gente mexicana, específicamente que siente el agobio cotidiano de los resultados insuficientes de una gestión en su tramo final.
A este gobierno, quizá, podría ya haberle ocurrido lo que a Mafalda: cuando se tenían todas las respuestas, les cambiaron las preguntas.
¿Y ahora? Sólo confiemos en que la vorágine electoral que ya tenemos a la vista y que bulle con inusual fuerza no termine por demoler la frágil estabilidad que se palpa.
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En abril de hace cinco años, el entonces candidato priista a la presidencia de México, Enrique Peña Nieto, alertaba que el país estaba “sobrediagnosticado” y se comprometía a por lo menos “triplicar” el crecimiento económico nacional, que entonces se ubicaba en un 1,7 por ciento anual del Producto Interno Bruto (PIB).
Paradojas del destino, cinco años más tarde y con Peña Nieto como presidente, la economía de México sigue estacionada en una previsión de crecimiento de 1,7 por ciento, conforme el diagnóstico más reciente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
De hecho, el organismo prevé una tasa de crecimiento mexicano de 2,00 por ciento, ligeramente por encima del previsto para dentro de siete meses.
El FMI dice sin embargo que ambas tasas de previsión económica evidencian un debilitamiento de la economía del país comparado con el bienio anterior.
Añade que las previsiones actuales se encuentran 1.2 puntos porcentuales debajo de las que tenía para México en 2015, en buena parte como resultado de las condiciones financieras menos favorables y la mayor incertidumbre sobre las relaciones comerciales con Estados Unidos, sujetas a la presión del gobierno del presidente Donald Trump, que recién hace unos días ha ratificado su decisión de construir el muro en la frontera mexicano-estadunidense con cargo al erario mexicano y de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlacan).
En consecuencia, 2017 podría ser de nueva cuenta un año negativo o al menos insatisfactorio para la economía mexicana, que hace décadas sigue entrampada en tasas de crecimiento precarias y en consecuencia absolutamente insuficientes para cumplir dos objetivos: recortar la brecha laboral entre el pasado reciente y satisfacer la nueva demanda.
¿Qué hacer? Las once reformas estructurales impulsadas por el gobierno de Peña Nieto parecen lejos todavía de aportar el uno por ciento del PIB que se esperaba darían al país una vez instrumentadas. Si acaso, aportarán la mitad de la promesa presidencial.
Así que si al menos no fracasada, la promesa de frutos sustantivos de la reforma peñista permanecerá sujeta a una enorme interrogante en los meses por venir. Sería deseable pro supuesto que cayeran y pronto los beneficios prometidos de esas reformas. Para el país sería vital.
¿Será? Es una más de las interrogantes cuando el calendario electoral avanza con una rapidez que podría pensarse conspira contra los mayores intereses nacionales y de la gente mexicana, específicamente que siente el agobio cotidiano de los resultados insuficientes de una gestión en su tramo final.
A este gobierno, quizá, podría ya haberle ocurrido lo que a Mafalda: cuando se tenían todas las respuestas, les cambiaron las preguntas.
¿Y ahora? Sólo confiemos en que la vorágine electoral que ya tenemos a la vista y que bulle con inusual fuerza no termine por demoler la frágil estabilidad que se palpa.
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