Un fantasma recorre México y se llama escepticismo, o como diría hace años el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, en el periodo de la fracasada transición democrática que encabezó el frustrado ex presidente Vicente Fox, todo
en este país está plagado de “sospechosismo”, lo cual es grave de suyo porque como bien se sabe la confianza es el cemento de cualquier obra por construir.
¿Alguien cree hoy día en alguien en México? La pregunta es casi obligada, pero la respuesta resulta absolutamente descorazonadora. Esta atmósfera envolvente de incredulidad tiene por supuesto sus raíces hincadas en una serie de factores, entre los que destacan el engaño contumaz de los gobernantes y la impunidad que persiste pero que es de data antigua.
Hablar por ejemplo de los gobernantes, los políticos y los partidos en México remite a la quintaesencia del descreimiento ciudadano. Aunque el fenómeno ya tampoco es privativo y se ha extendido a escalas alarmantes en la sociedad del país. Incluso los medios noticiosos o periodísticos arrostran su propia carga de descrédito e incredulidad, a tal grado que las redes sociales, en alguna forma un subproducto noticioso, han ganado espacios a su costa.
La mentira y el engaño como recursos del quehacer político y aún gubernamental han minado y/o socavado a fondo la necesaria credibilidad nacional y social. Agregue a esto la impunidad, hija generalmente como he dicho del poder, y se dará vida al coctel social más pernicioso que cualquier país pueda ingerir.
Al igual que los partidos, el gobierno o los políticos están hoy día profundamente desacreditados en México, lo que explica por ejemplo la baja popularidad presidencial y peor aún, la renuencia casi total de la sociedad mexicana a atender cualquier llamado o convocatoria de la dirigencia nacional.
En el México de hoy se duda de todo, se sospecha de todo y no hay confianza en casi nada. Las militancias partidistas están absolutamente fragmentadas. Los liderazgos de los partidos políticos están cuestionados al suponerlos corrompidos si no es que absolutamente comprometidos con sus propias y cortas agendas partidistas o personales.
Del presidente Peña Nieto y su equipo se piensa que viven en un México que no es el real ni el que habita más del 80 por ciento de la población.
Y trátese del PRI, PAN, PRD, PVEM o de cualquier otro partido de menor “representación”, se les asume como parte de un mismo sistema, corrompido, ineficaz e indolente.
Y si se lleva la mirada a los poderes legislativo y/o judicial, el panorama no mejora. A sus miembros se les considera abusivos, privilegiados inmerecidamente y parte de una “camarilla” que poco o nada sirve al país. Y ni hablar del poder electoral que debería representar el INE. La historia de duda, descrédito y sospecha se repite.
Las brutales condiciones de desigualdad económica y social, ahondan la desconfianza y el descrédito entre la mayor parte de los mexicanos.
¿Resistirá el país? ¿Podrá emerger un nuevo México de estos miasmas? ¿O se agravará la fractura y el dislocamiento social del país? El tiempo nos depara seguramente muchas sorpresas.
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