Desconozco si usted, afable lector (a), ha pasado por una experiencia similar. Supongo que sí. Es más, puedo asegurar que ya se cuida tanto como quien esto escribe del agandalle, el abuso, en una palabra, la transa.
Y es que fuera de casa, la vida en México resulta hoy día una aventura casi temeraria. Estoy seguro de que usted sabe a qué me refiero cuando hablo de cómo el clima social del país discurre bajo una atmósfera tan sucia y envenenada como la que por estos días campea y se enseñorea en la capital del país, tan venida a menos bajo una serie de sucesivos gobiernos presuntamente de izquierda y hecha casi trizas por la administración del inefable Miguel Angel Mancera, aspirante éste eso si y faltaba más, a colarse así sea en la competencia presidencial. Vaya cinismo de buena parte de nuestros gobernantes.
¿Cinismo? Si. Eso creo. Saltan a la palestra pública del país en busca de nuevos cargos, responsabilidades y ascensos, como si sus ejercicios públicos fueran la mejor evidencia de una acumulación de aciertos y éxitos. Claro, esto es harina de otro costal.
El punto es la cultura del agandalle que está devorando al país, inspirado en el pésimo ejemplo que multiplica y replica la mayoría de quienes ostentan responsabilidades como servidores públicos, una designación inmerecida absolutamente.
Embonan estos apuntes con un episodio que registré hace unos días, que podría resultar o considerarse nimio, pero que me parece revela más que sobradamente esa cultura del agandalle que envuelve a México y cuyos daños son tan enormes como difíciles de cuantificar.
Aludo al robo que perpetran comerciantes por la vía del peso de bienes que expenden a costa del cliente. Es un robo hormiga, si se quiere, pero ahora si que lo pasan a uno a la báscula como suele decirse coloquialmente.
La tentativa o el robo de cien, 200 o incluso de 500 gramos como fue el caso personal que les cuento, no es poca cosa. Pero lo peor es que se hace sin el menor recato y con la ayuda de básculas alteradas. Aparte del daño o merma económica en los bolsillos de los clientes, esta práctica refleja de manera precisa un fenómeno social mucho más pernicioso: el agandalle, el despojo o el robo a las personas.
La historia se repite casi tantas veces hasta llegar a la náusea. Casi todo mundo en México está tratando de robar, agandallar o lesionar de cualquier forma al otro. La desconfianza, el temor y aún el miedo campean en el país debido a esta práctica generalizada, en donde nadie puede confiar en el otro y donde estamos enseñando a nuestros hijos a desconfiar de todo y de todos. La crisis de la inseguridad y la desconfianza perennes socavan al país y carcomen sus cimientos. ¿Hay algo por hacer? ¿O nos resignamos?
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