El fracaso

SINGLADURA

La muerte por asfixia de diez indocumentados, cuatro mexicanos al menos entre ellos, a bordo de un vehículo de carga sin ventilación en un centro comercial de San Antonio, Texas, es pese a su contenido dramático sólo un episodio más que revela el fracaso mexicano para impedir que connacionales estén siempre dispuestos a pagar

cualquier precio, incluso con la vida, su esperanza o ilusión de tener un futuro mejor o menos aciago.

Una vez más, el gobierno mexicano, el de Peña Nieto y los que antes lo precedieron, sólo acertarán a recoger o repatriar los cuerpos, pedir una investigación y lamentar el deceso de mexicanos a las puertas de Estados Unidos. En unos días más, si acaso, sólo los deudos de las víctimas las recordarán.

El capítulo se repite y seguirá repitiéndose, tantas veces como el tamaño de la necesidad de emigrar lo marque.

Ni siquiera el muro de Trump, si es que éste finalmente lo construye –un tema todavía en duda-, impedirá que el mexicano pobre y ahora incluso cada vez más el clasemediero, decidan de una o de otra forma correr el riesgo de atravesar la frontera, aun cuando apuesten la vida en esta aventura.

Hace sólo unas semanas, una amiga mía me sorprendió al revelarme la odisea de un hermano suyo, recién regresado a México desde Atlanta al cabo de más de 14 años de ausencia familiar. Como se dice muchas veces, este repatriado por voluntad propia sólo con el ánimo de ver a su familia, “no se hallaba” en México, en donde tampoco conseguía un empleo “decente” en el sector de la construcción que conoce bien. En consecuencia y después de “enfamiliarse” un rato, decidió volver a Estados Unidos. ¿Cómo? Mediante el pago a un “coyote”, enganchador o traficante de personas como también se les conoce a estos señores que hacen de esta actividad su modus vivendi.

El pago: 120 mil pesos mexicanos. ¿Mucho? Para nada. Ese dinero, que para cualquier mexicano promedio sería demasiado, para el paisano migrante resultaba adecuado a fin de asegurar su retorno a suelo estadunidense.

¿Por qué? Este migrante tiene trabajo seguro en Atlanta con un pago de 20 dólares por hora, un monto infinitamente mayor al que podría obtener en México, donde si acaso podría ganarlos durante una jornada diaria de ocho horas. De ese tamaño es el diferencial. Y por ese diferencial bien vale la pena dejar el país, la familia y aún poner en riesgo la vida.

Este hecho simple, escueto, llano, define buena parte del fenómeno migratorio. Y no hay que darle muchas vueltas. La tentación y esperanza son demasiado grandes.

Pero este hecho simple no han querido entenderlo los gobiernos mexicanos desde hace muchas décadas, aun cuando la migración mexicana a Estados Unidos rebase ya la historia de un siglo.

Al final, el tema revela un fracaso mexicano absoluto, que es necesario señalar, no para solazarnos en él y mucho menos para justificarlo. Debiera verse como el acicate para que gobernados y más aún los gobernantes, comencemos a escribir una historia distinta. Sólo así se impedirán nuevas muertes.

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