De nueva cuenta como marca la Constitución mexicana, nos preparamos para un relevo del poder presidencial. Ninguna novedad, afortunadamente, porque deja ver que pese a todo, el país preserva el hilo constitucional. Y qué bueno.
Se nos cuecen las habas, sin embargo, por conocer ya y de una vez por todas quiénes serán los hombres políticos –mujeres también, claro- que se aprestan a lanzarse al ruedo, convencidos si acaso ellos solos de que podrán lidiar con los grandes problemas de México. O ni siquiera eso. Es probable más bien que estén prestos y cargados de ánimo para terciarse la codiciada banda presidencial, sentarse en la silla grande y desde allí mirar, otear si acaso, esos mismos problemas nacionales, pero desde la distancia que confiere el poder, en una platea más que confortable y distante, eso sí.
Por razones históricas y aún derivadas del ejercicio real del poder en estos momentos, la mayor atención ciudadana se concentra en conocer al que será candidato a la presidencia por el Revolucionario Institucional, el controversial PRI. Allí están puestos los ojos hoy de la mayoría del electorado, incluyendo claro al que adversa al tricolor. Y como pocas veces, al menos en la historia contemporánea del partidazo, está más que cantado el nombre del funcionario que casi seguramente será ungido por el dedo nacional, en una remembranza arcaica o, si se quiere, en la restauración de las vetustas, pero más actuales que nunca, usanzas priistas.
En otros predios políticos, casi están decantadas las figuras que entrarán de lleno al fragor de la conflagración política, más con ganas si acaso que posibilidades reales de relevar al hoy inquilino de Los Pinos. Es simple. Ninguno de los partidos que adversan al partidazo tiene todavía la estructura de éste, las mañas de éste ni los recursos de todo tipo de éste. El PRI ya ratificó sus modos en las recientes elecciones del Estado de México, la cuna del presidente, y por tanto, un reducto imbatible, cueste lo que cueste. Así será el año próximo. Después de todo, saben de sobra los priistas que el poder se ejerce y nunca se comparte. Ya se verá, ya se vio en el Estado de México.
Muchos argumentan y no sin razón que bastarán el hartazgo nacional, la corrupción rampante, el pobre desempeño económico, las pifias del gobierno en turno y la creciente violencia criminal, entre otras anomalías nacionales por llamarlas así, para justificar el relevo priista. Lo dudo. Las artimañas del poder son tantas y tan bien conocidas en el PRI, que aún le alcanzarán para parapetarse en Los Pinos.
Por ello mismo es que el candidato priista a la presidencia es quien más atención nacional concita. Su designación, elección o como prefieran, colocarán a ese ungido en la antesala real del poder.
Y al margen de quien resulte elegido del PRI, éste lo colocará en el ánimo nacional como la mejor opción o el menos malo del espectro político. Lo veremos porque el PRI es aún el amo del gatopardismo, que todo cambie para que todo siga igual.
Vendrán la luna de miel, el beneficio de la duda, el déjenlo comenzar. Y luego, de nueva cuenta, el desencanto nacional, la crítica feroz y el tal vez más adelante, quizá el próximo. Así se ha escrito la historia, que es la maestra de la vida.
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