Escenarios

SINGLADURA

Conforme se aproxima el uno de julio, un día que se anticipa histórico para este país, se multiplican los escenarios político-electorales, en un rejuego de paisajes que mantienen en vilo a los mexicanos como pocas veces, si no es que nunca antes, en la historia mexicana

contemporánea.

¡Y qué bueno! Crecen la sana incertidumbre democrática, el número de sabelotodos que citan fuentes confiables, cercanas y de todo tipo y aún las apuestas que se cruzan entre ciudadanos más con sabor a deseo que conocimiento electoral sobre lo que puede ocurrir, y aún más, ocurrirá el primer domingo de julio.

Quienes se identifican con “ya sabes quién” dan por hecho consumado su triunfo electoral. Para justificar su aseveración echan mano de evidencias palmarias como el tratamiento en los principales medios electrónicos del país, las diferencias de más de 20 puntos en prácticamente todas las encuestas y el hartazgo social con el establishment como consecuencia de factores de todo tipo, que incluyen el bajo vigor de la economía nacional, la corrupción rampante y el clima de violencia criminal acompañado de una absoluta impunidad. Suman el descrédito y la exigua popularidad del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, entre otros argumentos que hacen infalible el pronóstico sobre el triunfo ahora sí en esta tercera intentona de López Obrador.

Pero quienes se afilian a las huestes del “joven maravilla” como se ha dado en llamar a Ricardo Anaya también sacan a relucir una amplia batería de argumentos y razonamientos para anticipar que el candidato de Frente por México se colará entre los palos para alzarse con una victoria contundente el uno de julio. Citan por ejemplo que el joven Anaya tiene el respaldo de los principales grupos empresariales, que muchos priistas se aliarán a él con tal de impedir de nueva cuenta y para siempre un eventual triunfo morenista. De igual forma creen que Anaya es un político de nuevo cuño y con calificaciones y habilidades profesionales suficientes para sacar a México del atolladero en que se halla. Además, lo encuentran como un candidato ubicado en un punto equidistante y suficientemente lejos del PRI y al mismo tiempo del morenismo, al que le temen, incluso por posiciones clasistas. Véase el calificativo de “chairo” como trasunto de esta postura.

Del lado de quienes apoyan a José Antonio Meade, aun y cuando sigue en el tercer sitio de las encuestas, hay muchos priístas de cepa y otros no tanto pero que prefieren al ex titular de Hacienda al frente del Ejecutivo nacional porque apuestan a la continuidad del modelo económico y rechazan la idea de un cambio hacia lo desconocido. Se trata de ciudadanos que aun cuando admiten numerosos errores y horrores del sistema, prefieren ir del lado de lo conocido, al margen de riesgo alguno. Argumentan en favor de la continuidad el conocimiento priista del país nacional, la estructura partidista para asegurar el triunfo en toda la geografía nacional y la capacidad de movilización del tricolor cuando se trata de preservar el poder y el “statu quo”.

Para muchos, el partidazo o lo que queda de él, será capaz de lograr la hazaña del triunfo, una vez más. Hay incluso quienes suponen un deber patriótico el voto a favor del PRI y argumentan cómo el partido podrá incidir, así sea de última hora, entre los votantes en zonas remotas y pobres de la geografía nacional. Prevén además que en pocos días más, el PRI se verá fortalecido con la incorporación casi segura de Margarita de Calderón. Cosa de horas, apuestan muchos.

¿Pero qué pasará en verdad? Nadie puede saberlo al ciento por ciento. Habrá que ver cuáles serán los argumentos de los votantes, más allá de los eventuales acuerdos cupulares que se dice ya están tomados a esta hora dentro y fuera de México, la undécima economía del mundo. Nada más, pero nada menos.

Me cuento entre quienes estamos más preocupados por el riesgo de violencia derivada de una eventual y enorme frustración electoral. Veremos de qué estamos hechos los mexicanos.

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