Justo a un mes del día “D”, en medio del fragor electoral para dinamitar al puntero y en un clima socio-político que amenaza con romper el termómetro nacional, llegó la cereza faltante, si acaso: Trump, si, el bisonte de la Casa Blanca, declara una virtual guerra
comercial a México y Canadá, sus socios del Tratado de Libre Comercio Norteamericano (Tlcan) con la imposición de aranceles comerciales.
Hace poco más de un mes, en este mismo espacio, y contra las aseveraciones oficiales de una firma inminente para la “modernización” o “actualización” del Tlcan, dije que “debería hacerse algo, y pronto, para de una vez por todas frenar al bisonte que habita en la Casa Blanca, si, el tal Donald Trump.
No se ha hecho. El gobierno mexicano insiste en una línea de moderación frente al magnate del ladrillo, que una y otra vez y de nueva cuenta, ratifica que nunca será socio ni mucho menos un amigo de México. ¿Por qué insistir en una línea, digamos tan diplomática para no herir susceptibilidades, frente a un cebú que embiste y vuelve a hacerlo contra México? No tendremos un resultado distinto si persistimos en un recorrido idéntico al que ya mostró sobradamente su destino.
Las embestidas de Trump montan de condición a amenazas. Hace unos días, esta misma semana y en vísperas de imponer los aranceles al acero mexicano, dijo en Tennessee, frente a sus frenéticos seguidores, que México pagará el muro y hasta lo disfrutará. El presidente Peña Nieto lanzó un “NO” rotundo esta vez, pero hace unas horas, Trump aplicó los aranceles al comercio.
También hace cinco semanas, en este mismo espacio insisto, apunté que Trump “nos trae fintos” con el Tlcan que utiliza desde hace meses como rehén para asustarnos, y más aún para amedrentar al gobierno del presidente Peña Nieto. Trump estira demasiado la liga. Bueno, de hecho, ya la rompió, pero en México seguimos (siguen) esperanzados, empeñados en apostar a una extensión del esquema comercial trilateral de manera que se evite otro golpe a México y en consecuencia al mellado gobierno saliente.
Nadie niega, digo, que resulte válido el esfuerzo gubernamental por prolongar el Tlcan, al menos como un recurso capaz de enviar un mensaje de sosiego a los actores económicos y políticos del país hoy tan impugnados, pero además inmersos en una pelea interna por la sucesión presidencial que se torna cada vez más tensa conforme se acerca el día “D”:
Se vale, insisto, que el gobierno del presidente Peña Nieto tenga comisionados a sus hombres de mayor confianza para que impidan el colapso del tratado comercial. Pero también hay límites y el gobierno debe fijarlos para conveniencia incluso de la propia negociación en curso con los gobiernos de Canadá y en particular de Estados Unidos.
El siempre veleidoso e impredecible Trump echa mano a la menor provocación y acaso sin ella del twitter para deshacer cualquier eventual avance en las negociaciones o, peor todavía, para imponer nuevas cuotas a México so pretexto de romper el Tlcan, lo que ya ocurrió.
No se vale y el gobierno mexicano también debiera presionar con los instrumentos que tiene en su haber para marcar un hasta aquí. Se entiende, claro, que se trata de una decisión compleja y riesgosa, pero resulta peor el permitir que el señor Trump haga y deshaga a placer sin que pase nada.
El twit más reciente de Trump advierte ahora a México que no habrá más Tlcan si no hay antes un freno al flujo migratorio. Es la condición más reciente del inquilino de la Casa Blanca, que en los últimos meses ha sumado presión tras presión al gobierno mexicano, atenazado por las negociaciones comerciales en curso.
¿Hasta cuándo se permitirá a Trump dar manotazos en la mesa binacional? También debe ponerse un plazo como parte de la negociación. De otra forma, seguiremos lidiando con el humor cotidiano de Trump, que un día dice sí y otro no.
No es recomendable una negociación sin término, pero resulta todavía más hiriente y ofensivo que se la alargue para sumarle nuevas y cada vez peores condiciones.
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