Plebiscito

SINGLADURA

Faltan sólo 24 días de campaña electoral y “escasos” –como dicen las crónicas- 28 para las votaciones que definirán ni duda cabe el futuro inmediato de México. Es demasiado lo que está en juego y me pregunto con millones de mexicanos, estoy cierto, si los agravios del

poder serán bastantes y suficientes para que la mayoría de los electores de este país de un vuelco de semejante tamaño para llevar a López Obrador a la presidencia nacional, o en su caso, el estado del país en todas sus dimensiones alcance una valoración tal en el ánimo del votante para extender un nuevo aval de seis años al candidato Meade o, en su defecto, al joven Anaya.

La apuesta es de una enorme complejidad y está virtualmente partiendo la conciencia del país como pocas veces antes. En este punto, se desconoce el futuro inmediato del poder, y aunque las encuestas siguen apuntando al morenista como el predilecto, tampoco es descartable una sorpresa de tamaño mundial si es que Anaya o Meade se anotan la victoria el uno de julio próximo.

Y no hay para dónde hacerse, que es lo peor. Hay una franja de indecisos, estimada grosso modo en un 30 por ciento del electorado, que pudiera abanicar –tomo el concepto del béisbol- en cualquier dirección y de última hora para “ponchar” –insisto en esta jerga- a cualquiera de los dos candidatos que se disputen el “home”.

Los argumentos para uno y otro apostador se multiplican, lo que incide en la complejidad de esta elección con todo y encuestas incluidas.

Asistiremos, creo, a un plebiscito refundacional para el país, que rebasará con mucho la propuesta morenista porque aún y cuando pudiera pensarse que están en condiciones de alcanzar un triunfo amplio, enfrentarán muchos candados de orden legislativo, de las fuerzas políticamente “derrotadas”, el empresariado y los oráculos del poder financiero nacional y trasnacional. Así que aún y cuando el morenismo pudiera imponerse, algo que me parece aún no está garantizado, habría que pensar en el escenario postelectoral, y más aún, en la instauración y operación de un gobierno que se anticipa como muy diferente de lo que hemos visto en las últimas décadas. Así que si ganar la elección es aún cuesta arriba, poner en marcha un gobierno de Morena será igualmente un reto formidable, si no es que mucho más.

Si el triunfo electoral, siempre hipotéticamente hablando, aclaro, fuera para Anaya, las cosas tampoco serían sencillas a la hora de gobernar. Anaya procede de una escisión panista profunda. Hay demasiados vidrios rotos en las vitrinas albiazules. Se añade el anexo o apéndice perredista, lo que complica el cuadro en grados superlativos y anticipa incluso un cisma ante la eventualidad de un gobierno de Anaya, un político poco o nada confiable según pueden testimoniar sobradamente sus propios correligionarios. Después de todo una cosa es hacer alianzas para ganar el poder y otra, muy diferente, ejercer el poder entre fuerzas tan disímbolas y aún opuestas.

En el caso de Meade, suponiendo que diera el campanazo y lograra, hipotéticamente hablando de nueva cuenta, remontar el tercer sitio que aún le anotan los sondeos, las cosas serían más sencillas a la hora de gobernar, aún con un congreso adverso y una oposición agresiva y feroz. ¿Por qué anticipo esto? Es simple. Sería sólo un relevo de nombres, pero dentro del establecimiento político y económico del país. Un cambio de estafeta como la que se hace en una carrera de relevos en busca de alcanzar la meta prometida.

La pregunta en este caso es: ¿qué necesita México en la circunstancia puntual? Es lo que debemos contestar los electores, al margen de fobias y filias.

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