“Haiga sido como haiga sido” para citar al “clásico” resulta urgente que se aclare el escándalo sobre el uso de los recursos que originó la multa de casi 200 millones de pesos ordenada por el Instituto Nacional Electoral (INE) en contra del Movimiento de
Regeneración Nacional (Morena).
Al margen de dimes, diretes y/o diatribas y descalificaciones de uno y otro lado, por el bien primero de la decencia política nacional, del gobierno que asumirá en diciembre próximo el candidato ganador del uno de julio, Andrés Manuel López Obrador y aún de los 30 millones de mexicanos que dieron el triunfo a éste, es preciso que todo este margallate quede claro, transparente.
Urge la verdad y nada más que la verdad sobre el uso o no de esos recursos. Urge clarificar si hubo o no malversación. Sobra y es ocioso hasta este momento, pronunciarse a favor o en contra de cualquiera de las partes involucradas. Nadie tendrá la razón hasta que haya verdad en este tema crítico, que pega claro de entrada a los acusados de incurrir en acciones ilegales con propósitos electorales.
Se trata de un tema crucial para el gobierno entrante porque impacta la única razón o motivación que millones de electores mexicanos tuvieron con mucho en dar su respaldo a la gestión de Morena. También se trata de un asunto clave para el país porque más allá de los dineros presuntamente malversados tocaría una fibra sensible en materia de credibilidad del gobierno que encabezará López Obrador.
Sería pavoroso y altamente peligroso que los mexicanos volviéramos a constatar el fraude de la política como vía para solventar nuestros desacuerdos y aún para creer en ella. Me rehúso a asumir como ciudadano que la política nacional es sólo y exclusivamente el camino o el ejercicio de la trampa, la burla y la estafa. Sería como aceptar que no hay remedio político alguno para el país. Sería comprobar que nada tiene solución en México y aún la inutilidad de la política como el cauce para la solución de los graves y grandes problemas nacionales.
Rechazo de entrada que pudiera repetirse la desafortunada historia de la Casa Blanca en el gobierno saliente, que marcó el arranque de la descomposición del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. El país no aceptaría bajo ninguna circunstancia una nueva desilusión de ese tamaño. El golpe de una nueva desilusión cuando López Obrador ni siquiera ha asumido su mandato, otorgado con la esperanza central de poner un coto a la corrupción política que desbordó todas las fronteras en el país, sería prácticamente letal.
Me pregunto ¿qué quedaría después en caso de comprobarse con toda solvencia de pruebas si se comprobara que Morena incurrió en prácticas deleznables y que el electorado ha pretendido con su voto erradicar?
De allí pues la urgencia perentoria que tiene Morena ante el país de probar de manera fehaciente que no incurrió en hechos de corrupción para alcanzar el poder. Si no lo hace, sin gritos ni sombrerazos además sino con el estricto valor de la prueba, se iniciaría un gobierno ya abortado. De ese tamaño es la responsabilidad que enfrenta ante el país. Así que más vale que resulte inocente del cargo.
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