Un alambrista en Palacio

A propósito de los desmanes que personas –casi un eufemismo en este caso- embozadas están perpetrando cada minuto en la UNAM y el señalamiento presidencial

 de que “hay mano negra” en ese conflicto, así como de otros episodios de la estampa nacional –la rifa del avionazo, la crisis del Insabi, unas siglas que todos conocemos ya y más- da la impresión de que en Palacio Nacional habita un alambrista, astuto eso sí, que hace esfuerzos un día sí, otro y el siguiente también, para impedir la pérdida de su propio equilibrio y aún el desborde nacional. El presidente Andrés Manuel López Obrador parece más bien el hombre que apenas detiene en solitario el muro mayor del Palacio donde vive, saben él y Dios con qué angustias personales y políticas.
Sin embargo, a momentos crece la sensación –que se desplaza entre polos tan distantes como la incertidumbre y la confianza- de que las cosas están cada vez más peliagudas en el país, y que a contrapelo de la opinión presidencial –para variar-, eso de gobernar está resultando una tarea harto compleja.
Esto en medio de pronósticos sombríos de organismos, expertos e instituciones de que la economía seguirá por un buen rato más dando tumbos entre los estertores catastrofistas y la esperanza, tenue pero al fin esperanza, de que habrá un leve repunte. Ojalá sea esto último, no importa incluso que resulte mediocre y precario, y aún muy por debajo del mínimo indispensable que pese a su urgencia sigue siendo crítico.
El alambrista en Palacio se apertrecha con el consabido “yo tengo otros datos”, pero en realidad otro tema de la agenda nacional como la seguridad y el abatimiento del crimen organizado sigue como un enorme problema de resolución o al menos de registrar un relativo progreso cuando uno constata cada día que este flagelo se ensaña contra cada vez más mexicanos, desguarecidos y sujetos al capricho y voluntad de los llamados malos.
También golpea al inquilino de Palacio la debacle de su propio movimiento político. Los morenos parecen estos días chinicuiles en la sartén en busca de no tatemarse pero sucumben en el intento. Antes que apuntalar la gobernanza y a su propio líder natural, al margen de la sana distancia proclamada por el ex presidente Ernesto Zedillo respecto al PRI de su época, los morenos andan todos rebeldes. Entre ellos, ejercitan a granel las zancadillas, los piquetes de ojos y las quebradoras en lo que constituye la marcha perfecta en una ruta en firme hacia la gran debacle.
Sobre los otros partidos políticos, mejor ni hablar. El propio presidente, tan omnipotente y omnipresente, ha erigido un muro que ni las recientes comidas en Palacio Nacional con políticos de partidos opositores han podido derribar, lo que lo deja en la soledad del monólogo y prácticamente sin interlocutores políticos lo suficientemente capaces, y aún interesados, en abonar a la gobernabilidad, aún sí es cierto ésta no se encuentra en crisis, pero tampoco en una consolidación franca, sólida y saludable.
En los días que siguen se esperan nuevos anuncios sobre eventuales inversiones en infraestructura energética, un punto clave como sobra abundar, pero que también acusan incertidumbre por las posturas inamovibles del solitario en Palacio en torno a temas como los “farmouts”. ¿Se mantendrá la negativa a las alianzas estratégicas y nuevas rondas petroleras? Muy pronto se sabrá.
En noviembre, es cierto, el presidente y poderosos capitanes del sector privado anunciaron planes ambiciosos en materia de infraestructura nacional, pero persiste la incertidumbre sobre cuándo esos planes comenzaran a constatarse en la realidad.
Al coctel nacional, complejo en sí, se añaden dudas, sospechas y aun vaticinios sobre la inminente captura de organismos como el Instituto Nacional Electoral (INE) y aún el poder judicial, en donde las reformas están a la vuelta de la esquina aunque en una ruta escarpada ante los presuntos contenidos de esa acometida.
Con la mayoría todavía en el Congreso, el presidente propugna el rango constitucional de los programas sociales que impulsa su gobierno en medio de críticas por la subjetividad de éstos, su carencia de reglas de operación y la intencionalidad de los mismos, electoral presuntamente.
En fin. Seguramente el presidente seguirá en su ruta, inamovible y convencido de que está embarcado en una profunda transformación, aun cuando otros muchos la juzguen en realidad una demolición institucional del país. ¿Qué pasará en México? Es quizá la pregunta más inquietante, cuya respuesta afirmativa parece que sólo tiene López Obrador y si acaso, una parte de sus seguidores porque ni siquiera todos ellos están convencidos del todo sobre las bondades y virtudes de las acciones que están en curso. Amanecerá y veremos.
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@RobertoCienfue1