El por qué del anillo al dedo…

Esto es francamente un exceso. Casi pierdo las ganas de redactar estas líneas. ¿Para qué? Pregunto y

 repregunto a cada golpe de tecla. Aun así emprendo mi propia batalla contra la molicie, acentuada –me explico a mí mismo- por el bárbaro encierro, una circunstancia que trato de atemperar con la compañía del teléfono, los desayunos largos y sobre todo lentos, la limpieza de los Beagle, la lectura también lenta –contraria al ritmo acelerado de los cursos hace años de lectura rápida en algún local del corredor de la muerte de nuestra entrañable UNAM- y el chapuzón inevitable en la Lenovo.
Cuando el agobio del encierro se hace casi insoportable, me invento una lista de “necesidades” de primera línea para justificar una escapadita aunque sea. La víspera por ejemplo detecté en medio de la ociosidad que un plástico bancario tiene abril del 2020 como fecha de caducidad. Ufff! Con insospechado y rarísimo espíritu previsor justifiqué la urgencia de salir de casa. Hay que ir al banco para pedir la reposición, argumenté ya saben a quien. “Tienes todo abril para hacerlo”, escuché el contrargumento, con la tácita negativa de abandonar la casa. Nooo. Cómo crees. Es mejor tramitar un nuevo plástico, por cualquier cosa. No vaya a ser la de malas que por no hacer el trámite con tiempo pudiéramos arrepentirnos y/o salir perjudicados. Mejor voy de una buena vez. Al fin que está cerca. No tardo y lo resuelvo de una buena vez, fueron mis mejores argumentos para obtener la luz verde y el pase de salida.
Pues como quieras, pero dijeron que esta semana no deberíamos salir para nada, soltó casi como una amenaza. Me sonó a la clásica y desdeñosa frase de “haz lo que quieras. Ya te dije, pero haz lo que gustes”.
Aun así, y desdeñando advertencias, riesgos y aún amenazas, me hice a la calle como el marino se hace a la mar para topar a veces con el sosiego infinito de una mar calma, y otras para enfrentar la bravura extraordinaria de una mar en celo. Qué calma callejera tan extraordinaria, al grado de escuchar con un poco de atención el susurro del viento primaveral. Poca gente, menos vehículos y hasta una empatía entre el prójimo, algo cada vez más inusual en las ciudades de México, llenas de histeria, ira y rencor.
La sucursal bancaria también me sorprendió. Apenas una mujer inmersa en un trámite, atendida por un cajero diligente y relajado. En los escritorios, los ejecutivos de cuenta todavía más relajados y en el disfrute de una charla que nunca antes había visto. Aunque abierto, el banco lucía las puertas cerradas y bajo la custodia amable de un muchacho provisto de una botella para dispensar un antibacterial. Escena tan inusual y hasta casi fantasmal.
Ya en la calle, ancha, luminosa y sosegada, no fue mala idea dar un brinquito a una tienda de vituallas. Semivacía, otra vez. Los coches de autoservicio, apilados, intocados. Antes, casi nadie al acecho o en abierto desafío y listo incluso para morir a cambio de un sitio para estacionar. Increíble. El Covid-19 también tiene sus ventajas y en una de esas sí que nos cayó como anillo al dedo.
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@RobertoCienfue1