Ya es un hecho reiterativo y reiterado en la narrativa nacional, antes incluso del Covid-19. Tanto que se ha
vuelto cansón, pero resulta que desborda los terrenos de la sensatez para instalarse en un espacio nocivo y tóxico para todo el país. Como dicen en los pueblos o en ciudades de nuestra amada provincia: Y vuelve la burra al trigo.
¿A qué aludo? ¿Haría falta insistir en la persistente obcecación presidencial? Llega uno a pensar en el extremo del cabo si el presidente está cada vez más alejado de México o México está de manera creciente más crítico, renuente, escéptico, desilusionado, frustrado y desesperanzado de un mandatario que no deja títere con cabeza ni pierde oportunidad de trepar, así sea de aguilita o asido de las guías aéreas del trolebús para descalificar, estigmatizar y saltar incluso al ruedo para defender una visión del poder que hasta ahora y muy desafortunadamente arroja resultados magros si no es que negativos. Pero eso no es nada. Hay numerosas voces que alertan que lo peor está por venir de la mano del Covid-19. Ojalá y no, hay que apostar con o sin amuleto.
Con frases, por supuesto sus datos y sus percepciones personalísimas, inscritas ya en la antología de la 4T, López Obrador confronta todo el tiempo a periodistas, empresarios, políticos, académicos, expertos, analistas, instituciones o “think tank” nacionales y extranjeros y ahora cada vez más al pueblo en general, aun y cuando él lo matice al decir que el pueblo es el único que si lo comprende, no así los expertos. Ni hablar por supuesto de calificadoras financieras, una especie de demonios neoliberales en la visión de nuestro presidente.
A la prensa nacional le endilgó los calificativos de “fifi, corrupta, vendida, neoliberal e hipócrita y chayotera”. Y a los periodistas críticos se les ha tratado de matar profesional, económica y socialmente con iguales o peores epítetos. Pese a ello, López Obrador reivindica para sí y su gestión el compromiso con la libertad de prensa y expresión. A este sexenio se le recordará sin embargo como uno de los periodos más adversos y perniciosos para el ejercicio periodístico. Y casi seguramente como uno de los más letales. El 30 de marzo último, hace unos días, fue asesinada la periodista María Elena Ferral Martínez. Fue la periodista ultimada número 14 desde el inicio en diciembre de 2018 del actual gobierno.
La embestida contra periodistas afectó y sigue afectando a profesionales incluso en medios públicos del país como el caso de Notimex, la agencia noticiosa del Estado mexicano. Es posible la hipótesis de que el gobierno de la 4T haya decidido en algún momento cobrar cuentas viejas con un medio público como Notimex bajo la presunción o convicción incluso de que fue un aliado de los gobiernos neoliberales, corruptos y ponzoñosos del PRI, luego del PAN y del PRI otra vez. Pero resulta que esa embestida desde el poder se ha ensañado contra periodistas empleados en esa agencia sin importar acciones y consecuencias que rayan el ámbito criminal para decenas y aún cientos de familias.
Cuando el presidente niega como lo ha hecho públicamente las evidencias del maltrato y vejámenes a periodistas despedidos de Notimex y respalda a los responsables de semejantes actos, pierde respeto, credibilidad y lesiona por partida doble a las víctimas de abusos inconcebibles, y al margen de una decencia mínima debida.
López Obrador ha desperdiciado su enorme y envidiable capital político en pendencias menores, pero catastróficas para el país. Se da gusto cada mañana en Palacio Nacional y en otros ámbitos posibles en utilizar su arsenal de dardos verbales. No para construir sino para destruir, descalificar o decretar la derrota moral de cuantos piensan diferente, discrepan de sus datos o plantean otras rutas. Es un presidente absolutista que reprende incluso a sus colaboradores de primera línea. Y no lo hace en privado, sino en público. Así atemoriza, inhibe y, lo peor, cancela eventuales aportaciones que podrían redundar en un gobierno de mejor calidad, o al menos con un margen menor de error.
Hoy, cuando el país se enfrenta a un enemigo invisible pero letal como la pandemia, López Obrador polariza más con sus razones, datos y visiones personalísimas. Una buena parte de sus colaboradores cumplen el papel de floreros y muchos nombres de ellos son más bien desconocidos por millones de mexicanos.
Poco o nada importaría todo esto si se tratara única y exclusivamente del perfil profesional y humano de López Obrador. El drama es que sus decisiones impactan la vida diaria nada menos que de unos 130 millones de personas, sin incluir otros millones de residentes en el extranjero vinculados al país y que gravitan para bien y/o para mal en México. Es demasiado lo que está en juego. Ya veremos cómo nos va, pero demasiadas voces anticipan escenarios funestos.
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@RobertoCienfue1